Atalayas Gaditanas
La mejor es, sin duda, la Torre de Poniente de la Catedral Nueva. Desde ella se otea, a levante, toda la bahía, desde el Puerto de Santa María hasta Puerto Real, y hacia occidente el Océano interminable. Pero también se distinguen una pequeña miríada de torreones que, impertérritos, proyectan la atención sobre la azul superficie del Atlántico. Son las torres miradores de Cádiz.
Hasta 1717 todo el comercio que llegaba del Nuevo Continente se descargaba en Sevilla. El puerto fluvial de la ciudad andaluza monopolizaba el trasiego de mercancías entre América y España desde el segundo viaje de Colón, ya que se consideraba el puerto más seguro, protegido de ataques y más fácil de fiscalizar por la Hacienda Real. El inconveniente que presentaba el puerto hispalense era precisamente el perfil del lecho del río, con arenales de escasa profundidad en algunos tramos, como en la barra de Sanlúcar, que dificultaban el acceso a galeones de gran tonelaje. De hecho se acabó prohibiendo la navegación de bajeles de más de 400 toneladas. Prácticos y naves de menor calado trasvasaban las mercancías hasta la urbe sevillana. Se calcula que sobre el nueve por ciento de las embarcaciones en tránsito hacia Sevilla habían embarrancado en algún punto del río entre los años 1503 y 1650. Esta no fue la única razón, pero favoreció, durante el reinado de Felipe V, el traslado de la Casa de Contratación y del Consulado de Indias de Sevilla a Cádiz.
© J.L.Nicolas
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