Beaumaris, junto a la ventana
“L'absence n'est-elle pas la plus certaine, la plus efficace, la plus vivace, la plus indestructible, la plus fidèle des présences?”
Marcel Proust
Beaumaris es una bonita y pequeña población que se extiende por un extremo del estrecho de Menai. Separa la isla de Anglesey del resto de Gales. Cute and tiny Beaumaris. Cuando empieza el buen tiempo, y eso en Gales significa que no llueva al mismo tiempo que hace viento, el lugar se llena de población flotante. Veraneantes que recorren las calles, visitan el castillo o suben a la gran noria que está junto al mar. Frecuentan los bares y llenan los restaurantes a horas que a nosotros nos parecen intempestivas por lo tempranas. A las cinco de la tarde no sé si acaban de comer o si ya están cenando. Confieso que me desorientan.
Al bajar a desayunar tomamos un full english breakfast, algo nada original que avanza a la imaginación lo que va a encontrar sobre el plato: dos lonchas de panceta magra junto a un huevo frito, medio tomate pochado, un pequeño puñado de champiñones rehogados, dos salchichas inciertas y otro puñado de judías de lata con tomate. Todo el conjunto acompañado de una excesiva media rebanada de pan frito en abundante manteca. Un sentido homenaje al colesterol.
Al regresar a la habitación me acerqué a la ventana y miré a la calle. Un edificio blanco con un cierto aire Tudor se levantaba junto a una tienda de zapatos. La señalización horizontal de la parada del autobús y de los aparcamientos para inválidos, las banderolas con los colores verdiblancos de Gales sobre la calle junto a una solitaria Union Jack. Una camioneta Volkswagen de los años de los hippies avanza hacia el final de Castle Street. Nubes al fondo y sobre las casas que anuncian un parte meteorológico monótono y reiterativo. Estaba intentando evitar una ausencia tan presente que ocupaba completamente el paisaje que observaba a través de la ventana. De nuevo volví la mirada a la ventana. Esta vez no la atravesó. Quedó en el cristal.
El sábado cedió y acabó transformándose en domingo. No fue una mutación espontanea sino rigurosamente ensayada y cronometrada. Había dormido, pero no tenía otra cosa en la cabeza que una desaparición. No era real, pero el cristal de la ventana me devolvía cabezonamente otros razonamientos más cercanos a la realidad. De cuando en cuando se tornaba transparente y permitía entrever los ventanales de los edificios de enfrente y el rótulo de una de las tiendas: The Wishing Well, el pozo de los deseos, con un teléfono y el nombre de la propietaria. Por un momento pensé en llamar y solicitar mi deseo, solo uno.
Y el domingo dejó paso al lunes metamorfoseándose como lo hace el invierno en primavera, como lo hace el otoño con el invierno. Es un día más. Pero distinto. Más tozudo que el destino insistí en mi realidad, en la ausencia de ausencias. Pero la realidad es, a veces, cruel, incluso insistentemente ausente.
De nuevo frente a la ventana, otra ventana, esta vez la lluvia no dejaba trascender la visión de los campos que tenía enfrente a disposición de mis ojos. Violentamente se estrellaba contra el vidrio deformando la visión, tejiendo un paisaje deforme y cuasi psicodélico. Las gotas se desplazaban formando eses como un río forma meandros en un terreno poco inclinado. Como las lágrimas de una ausencia aun ignota. Quedaban palabras por inventar, tiempos que compartir. Contra la ventana, la lluvia repicaba rítmicamente. Parecía una música y me recordó una balada de Simon & Garfunkel de los años sesenta, en la que la lluvia cayendo como un recuerdo se entremezcla con las dudas y la nostalgia prematura. “I hear the drizzle of the rain / Like a memory it falls (…) My mind's distracted and diffused / My thoughts are many miles away / They lie with you when you're asleep (…) I don't know why I spend my time / Writing songs I can't believe / With words that tear and strain to rhyme”.
© J.L.Nicolas