Büyükada
Las risas de los niños inundan la cubierta del puente, a popa del ferry. Otros, adolescentes, lanzan comida que las gaviotas atrapan hábilmente al vuelo. Un camarero recorre desprovisto de entusiasmo el pasillo entre los asientos, cargado con un termo de té y una bandeja cargada de enormes rosquillas azucaradas. Otros pasajeros hunden sus miradas entre las páginas de Hürriyet o de Adalar, rotativos locales. Un locuaz vendedor, excesivamente bien vestido para la ocasión, vocifera en la cabina las maravillosas propiedades de un destornillador multiusos provisto de linterna y las de un bastón telescópico que cabe en el bolsillo ante un público que parece escéptico. Hace malabarismos para demostrar la inestimable utilidad de apoyo del tubo metálico extensible. Sorprendentemente al cabo de pocos minutos de incesante cháchara una buena parte del pasaje ya está provista de uno u otro.
Más allá de la barandilla de estribor y una vez atravesado el Cuerno de Oro, desfila pausadamente el perfil de Sultahamet, de Hagia Sofía, de la ciudad vieja de Estambul. Se distinguen, más próximos, a babor, los edificios de los barrios asiáticos de la gran metrópoli turca: Üskudar, la antigua Chrysopolis griega, Scutari para los genoveses en la Edad Media y Kadiköy, una vez llamada Calcedonia. A proa, ya en el mar de Mármara, pronto se aprecia el perfil de unas islas. Son Kizi Adalar, las Islas Rojas, un pequeño archipiélago de nueve islas que apenas dista una veintena de quilómetros del centro urbano. La gente de la ciudad se refiere a ellas simplemente como Adalar, las islas. Y Büyükada, la mayor de ellas, significa literalmente Gran Isla.
Antes de ceder a las avalanchas de domingueros y turistas, las islas estaban habitadas por pescadores y monjes griegos. También llegaron los Príncipes, el otro nombre con el que se conoce el archipiélago, en un destierro lo suficientemente prudente como para conservar la cabeza sobre los hombros durante las disputas sucesorias de la corte de Bizancio y posteriormente de las conspiraciones palaciegas de los salones de Topkapi. Otro exiliado célebre fue León Trotsky, quien pasó cuatro años, entre 1929 y 1933, en el palacete de Izzet Paşa en Büyükada.
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© J.L.Nicolas