Carthaginem Esse Delendam
El tribuno romano Marco Porcio Catón finalizaba obsesivamente sus discursos con la coletilla: Ceterum censeo Carthaginem esse delendam, “Además opino que Cartago debe ser destruida”. La obsesión no era del todo gratuita, aunque Roma ya había vencido en dos ocasiones a la potencia competidora por el dominio de las rutas navales del Mediterráneo occidental. El fin de la antigua metrópolis norteafricana llegaría con la tercera guerra púnica.
En el 146 AC, Cartago y su estado fueron arrasados por el creciente nuevo poder del Mare Nostrum. Y lo hicieron a consciencia. La mayor parte de las ruinas que aun permanecen no pertenecen a la capital púnica sino a la ciudad que reconstruyeron sobre ella los romanos.
Si hay que creer en las leyendas, que generalmente suelen ser más atractivas que la cruda realidad, hay que remitirse a la “Eneida” de Virgilio. Dicen que Cartago fue fundada 814 años antes de Cristo por Dido, hermana de Pigmalión, rey de la fenicia Tiro. Huyendo cargada con un tesoro llegó a tierras habitadas por los libios. El rey local le concedió el territorio que pudiese rodear con la piel de un buey. Dido cortó el cuero en finísimas tiras delimitando una amplia extensión alrededor de la colina de Byrsa, al norte de la actual ciudad de Túnez, que se denominaría Qart Hadašt, la Ciudad Nueva.
Tras la invasión de Tiro por los persas el poder se trasladó a la nueva urbe: Cartago. En el apogeo de la república cartaginesa la ciudad llegó a estar poblada por unas cuatrocientas mil almas. Estaba defendida por una triple muralla de veinticinco metros de altura. Tenía dos grandes puertos conectados entre sí, uno comercial y otro militar. Este último, circular, podía acoger a más de dos centenares de navíos.
Los barrios de Magon, que hoy en día da nombre a un buen tinto producido por los viñedos tunecinos, y Salambó, descendían de la colina de Byrsa hacía el mar.
Entre los siglos V y III AC, Cartago ocupaba puertos y territorios en Hispania, Sicilia, Cerdeña, Córcega, Numidia y Mauritania. También ultrapasaron las columnas de Hércules.
Entre los pocos textos que se han conservado de la Cartago púnica destaca el “Periplo” del rey Hannon, en el que se relata su viaje a lo largo de las costas africanas hasta la isla de Malabo y el Camerún. El escrito de Hannon permite intuir la envergadura de las expediciones cartaginesas: “...más allá de las columnas de Heracles fundé ciudades libio-fenicias. Navegué dirigiendo sesenta navíos de a cincuenta remos, una multitud de hombres y mujeres, en numero de cerca de treinta mil, víveres y otros objetos necesarios.”
Pero Carthaginem esse delendam. Y así fue. Tuvieron que transcurrir años y esperar una visita de Julio César, quien consideró la importancia estratégica de la antigua villa para que esta fuera reconstruida.
© J.L.Nicolas
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