Celtas (sin filtro)
Al igual que a los escolares franceses, sin importar que fuesen nativos de alguna de las pequeñas islas de la Polinesia o de alguna tribu amazónica en la Guayana, se les inculcaba de pequeños la noción de que sus ancestros eran galos, en las escuelas españolas trataban de identificarnos con nuestras raíces celtíberas, fueran estas íberas de pura cepa o simplemente celtas. Cuando empecé a formarme una primera idea de qué o quién era un celta tenía presente a un señor de una tez y una coloración verdeazulada, barbudo, ataviado de una extraña faldita, y blandiendo una espada sobre su cabeza coronada de un casco con cuernos. Mi abuelo los fumaba sin filtro. Algunos domingos o en jornadas extraordinarias o festivas los compraba con filtro. Todavía no había caído en mis manos ningún ejemplar de las historias de Goscinny dibujadas por Albert Uderzo, así que aun no conocía a Asterix ni tenía idea de donde estaban Hallstatt o La Tène.
Hallsttat, en Austria y La Tène, en los Alpes suizos, al nordeste del lago de Neuchâtel, fueron la cuna de las culturas de enterramiento en urnas que se desarrollaron entre el 1200 AC y el final de la Edad del Hierro entre, lo que hoy se supone, fue el núcleo de las tribus de hablas célticas que se extendieron por todo el centro y este de Europa hasta las islas británicas, la península ibérica y Asia Menor. En estos territorios construyeron poblaciones fortificadas, generalmente en lo alto de colinas y oteros de más fácil defensa, de los que aun hoy en día se conservan numerosos ejemplos.
Los griegos, Heródoto de Halicarnaso los cita en su Historiae, los conocieron con el nombre de keltoi, y keltiké su ámbito geográfico, sito hacia su ocaso. Hacia levante tuvieron noticia de su existencia durante el saqueo del oráculo y del templo de Apolo en Delfos por parte de las tribus gálatas de Anatolia, los mismos a los que tres siglos más tarde Pablo de Tarso, San Pablo, dedicara una de sus Epístolas en el Nuevo Testamento, la Epístola a los Gálatas. El griego Diodoro de Sicilia escribe en el siglo I que “prácticamente no hay ninguna provincia donde los celtas no hayan dejado algunos monumentos de su paso...por todas partes donde Fenicios y nómadas encuentren medio de arribar encontraran a los Celtas o a los Galos ya establecidos.” Aunque el primero en dejar constancia escrita fue el poeta latino Rufus Festus Avieno, quien, quinientos años antes de Cristo, los cita en su Ora Maritima. En el 387 AC el jefe galo Breno presentó sus credenciales creando unos lazos indisolubles con Roma. La saqueó. Tres siglos más tarde un procónsul romano consideró estrechar todavía más el vínculo que unía ambos pueblos. Los invadió. Este era Julio César, quien contribuiría a ampliar el testimonio existente sobre ellos en Commentarii De Bello Gallico. En sus comentarios a la guerra de la Galias Cesar descubre el paralelismo entre sus dioses y los dioses romanos, habla de los druidas y, obviamente detalla, en sus siete tomos, las campañas militares romanas.
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© J.L.Nicolas