Conques, en Aveyron
La pequeña población de Conques, en la antigua provincia de Rourge y a pocos quilómetros del Valle del Lot, hoy entre los departamentos de Cantal y de Aveyron, conserva el encanto de haber preservado su apariencia medieval a la sombra de la gran abadía de Sainte Foy, en la mesura de lo que queda, una joya del románico.
Dicen que Conques, Concas en occitano, debe su nombre a Ludovico Pío, quien se inspiró en la forma en que se encaja en el valle del río Ouche, tributario del Dourdou. Encaramada en una pronunciada ladera del valle, nació en el entorno del monasterio fundado a finales del siglo VIII por el eremita Dadon. La llegada de las reliquias de Saint Foy, Santa Fe, hurtadas por un monje en Agen, activó el flujo de peregrinaciones al cenobio y lo incorporó al Camino de Santiago. La reforma románica de la abadía para acoger al creciente flujo de visitas atrajo a la numerosa mano de obra necesaria para la construcción del nuevo templo. Después de la fundación del monasterio ya se habla de la existencia de un núcleo habitado en el Livre des Miracles y, posteriormente, a fines del siglo XI queda recogido en el Cartulaire de l’abbaye, cuando ya habitaban el cenobio una treintena de monjes. La población también creció, en el año 1370 se contaban 730 fuegos, lo que hace estimar el censo en poco menos de unas tres mil personas.
Conques ha preservado magníficamente el entramado urbano medieval con apenas escasas modificaciones, algunas del siglo XIX. Estrechos callejones cruzan travesías de escalones que ascienden y descienden por calles que se hallan a distintos niveles del terreno. Aunque, en la actualidad, la mayoría de los edificios no datan de más allá del siglo XVI, el hecho de que se hayan empleado materiales de construcción locales ha proporcionado una gran homogeneidad y un aspecto monocromo de las casas, muchas de ellas con fachadas de entramado de madera y tejados de pizarra. Cuando el inspector general de monumentos históricos, Prosper Merimée visitó el lugar en el año 1837 se sorprendió gratamente, escribiendo en sus célebres notas: “n’être nullement preparé à trouver tant de richesses dans un pareil désert”. (“No estar en modo alguno preparado para encontrar tanta riqueza en un desierto así”.)
Hubo un tiempo en el que la población estuvo resguardada tras un anillo de murallas, con cuatro puertas de acceso y algunas torres de defensa. De todo ello queda el recuerdo, algún fragmento de muro y tres de las cuatro puertas. Dos de ellas, la de Vinzelle y la de Barry, conservan la estructura románica de la base, son del siglo XII, la tercera puerta es posterior. La puerta de la Vinzelle está en una esquina de la parte alta, en el interior del arco, una hornacina contiene una imagen de una Virgen, por encima hay un piso de entramado de madera con un tejadillo donde crece la hierba. La puerta de Barry también es de arco de medio punto con un piso añadido por encima. La de Fer lleva hacia los huertos y el río a lo largo de una callejuela empedrada con lajas y un desagüe central. La cuarta puerta, la de la Foumourze, ya hace tiempo que desapareció. En el lado norte de la muralla se conserva una torre de defensa de planta circular de finales del siglo XV coronada por un tejado de lajas de pizarra. Muy cerca se encuentra el Château d’Humières, levantado a caballo de los siglos XV y XVI, posee una doble estructura de cuatro pisos de altura, la lateral, en forma de torre poligonal está rematada por una especie de cimborrio octogonal. Otro edificio notable es la Maison Dadon, en la calle Émile Roudié, con un monumental pórtico de madera y que, en otros tiempos acogió al antiguo hospital general de Sainte Foy. O el que hoy acoge a la oficina de turismo, de fachada de entramado de madera de dos pisos sobre los que hay un reloj y, aun por encima una campana sostenida en hierros forjados.
Once fuentes distribuían el agua en Conques, aún queda alguna de ellas, la de Plô, cerca de la abadía, ya era mencionada en el Codex Calixtinus, aquella especie de guía medieval del Camino de Santiago. Tras la abadía está la capilla del Rosario, un edificio de cabecera recta construido en 1465, con bóvedas apuntadas cubiertas de murales, allí junto donde estuvo la iglesia parroquial dedicada a San Thomas Beckett, demolida en 1840.
Hoy es un placer andar tranquilamente por sus calles, sobre todo cuando están vacías de visitantes y las sombras brumosas del invierno permiten que el sol brille a través de la lluvia. Cuando el sol se pone parece una llama eterna.
© J.L.Nicolas