Cruces, Cruceiros y Calvarios
Entre la niebla se atisban, a modo de aquella famosa coreografía de Michael Jackson plagada de zombies, losas y lápidas que salpican por doquier la superficie del camposanto. Aun graznan los cuervos sobre una de las verjas que delimitan el espacio mientras las últimas luces del día permiten entrever una gran cruz que emerge y se destaca entre otras. No es una cruz común. Más bien es descomunal por su volumen. En la incipiente penumbra se aprecian sus relieves sobre la superficie labrada, en el anverso y en los laterales. En las islas británicas las llaman simplemente cruces altas, High Crosses.
La propagación del cristianismo en las costas occidentales de Europa, el Atlántico de raíces celtas, propició, en el marco de la divulgación del discurso religioso y de su expansión territorial, la construcción de multitud de edificaciones religiosas: iglesias, abadías...y también de elementos simples como sencillas cruces, la expresión icónica más escueta de las creencias cristianas. Estas se emplearon para delimitar parroquias o señalar caminos. Junto a monasterios o catedrales, señalaban, a veces ostentosamente, la importancia de los mismos.
Desde las rías gallegas a los fiordos escandinavos, pasando por ambas Bretañas, las costas de Armórica y Normandía, Alba e Hibernia, se multiplicaron en número. La morfología que adoptaron las cruces en Irlanda, con un aro sobrepuesto a la intersección, se cree que fue introducida por San Patricio durante los tiempos de la evangelización, incorporando el signo cristiano a un círculo solar pagano. Aunque, teniendo en cuenta una consideración más prosaica, también es posible que el uso del aro fuera un simple recurso para asegurar la estabilidad de la piedra. Se piensa, así lo atestiguaba San Adomnán, abad de Iona, en el siglo VIII, que anteriormente estas cruces monumentales se habían erigido en madera. Con el paso del tiempo la sencillez en el diseño se complicó con motivos geométricos entrelazados, evolucionando a elaboradas y ricas ornamentaciones con representaciones figurativas inspiradas en episodios de las escrituras. De este modo se dirigían con fines didácticos y de proselitismo a un público fundamentalmente iletrado.
Del mismo modo que las cruces de las islas, en Galicia se extendió el uso de erigir cruceiros. Según un inventario de la Universidad de La Coruña hay por lo menos unos doce mil. De construcción tardía respecto a las cruces celtas, su apogeo se centra entre los siglos XIV y XVII Su función es la misma, sacralizando lugares sospechosos de haber albergado cultos paganos. La existencia de las rutas jacobeas, además de sembrarlos en las encrucijadas dudosas, los habría vinculado a los calvarios bretones. El cruceiro más antiguo que se conserva es el de Melide, del siglo XIV. El paso del tiempo les añade un carácter dramático que tiende a un marcado barroquismo en la imaginería con el aumento del número de personajes. En ocasiones son costeados por quien precisa ganar indulgencias para sí o para terceros. Obviamente la figura más característica es la de Jesucristo en la cruz, aunque en ocasiones figura geminado con la Virgen en el reverso, como es el caso del que se halla junto al Convento del Carmen, en Padrón. Una variante son los Petos de Ánimas, pequeñas capillas que, aisladas o acompañando algunos cruceiros, originalmente estaban ideadas para recoger donativos y limosnas destinados a aliviar a las almas del purgatorio. Actualmente aun se mantienen velas o cirios en algunas de ellas. Un doble ejemplo se encuentra en el concello de Montederramo, en la provincia de Orense. Junto a la capilla de San Antón el soberbio cruceiro de Marrubio está flanqueado por un par de estos elementos, todo el conjunto data de 1778.
© J.L.Nicolas