De Ragusa a Dubrovnik
Non bene pro toto libertas venditur auro, la libertad no se vende ni por todo el oro del mundo. La República de Ragusa, cuando fue ciudad estado en la costa dálmata, tuvo que aprender a nadar y guardar la ropa entre las turbulentas aguas que separaban a venecianos de turcos para mantenerse a flote y fiel a su lema.
Hoy conocida por su nombre eslavo, Dubrovnik nació de dos ciudades separadas por un canal. El asentamiento original se estableció en una isla que recibió el nombre de Laus, roca en griego, que acabaría derivando en Ragusa. Al otro lado del canal, en la colina unida a la costa y poblada por encinas, dubrava, se creó Dubrovnik. Al cegarse la vía de agua, ambos núcleos quedaron unidos. Desde su fundación Ragusa estuvo vinculada al Imperio Romano de Oriente, a Constantinopla, hasta el saqueo de esta en 1204 durante la Cuarta Cruzada, cuando fue incorporada a la República de Venecia y de la que tomó como ejemplo sus instituciones, creando el Consilium Maiorum, es decir, el Senado, así como la ceremonia que anualmente enlazaba Venecia con el Adriático en el matrimonio con el Mar. En el caso de Ragusa, cada 3 de febrero, durante la celebración de San Blas, los almirantes de la flota desplegaban la enseña del patrón de la ciudad pronunciando una alabanza a la que la plebe respondía: ¡Larga vida a San Blas en tierra y en el mar! Que San Blas, el obispo armenio que vivió en el siglo IV, es el patrón de la ciudad se evidencia por el número de tallas suyas que hay repartidas por doquier, sobre las puertas que atraviesan las murallas, sobre estas mismas en el puerto y por supuesto sobre su iglesia.
En 1358 Ragusa rompió los lazos con la Serenísima, pasando a ser una ciudad independiente aunque tributaria del reino húngaro. Entre los siglos XV al XIX gozó de una notable prosperidad, amplió su territorio sobre las islas de Mljet y Lastovo y sobre la península de Peljesac; llegó a disponer de una flota propia de doscientos bajeles y unas hábiles dotes para la diplomacia que facilitaron su supervivencia entre las potencias mediterráneas. Tuvo abiertos ochenta consulados y, años más tarde, fue uno de los primeros estados europeos en reconocer la independencia de los Estados Unidos de América. También sobrevivió al terrible terremoto de 1667 que devastó la ciudad y acabó con casi la mitad de sus habitantes. Sin embargo la Libertas no se perdería sino hasta la llegada de las tropas napoleónicas que se adueñaron de toda Dalmacia.
La única vez que se puso a prueba la resistencia de las defensas fue durante la desintegración de Yugoslavia. Dubrovnik sufrió un duro asedio que se prolongó durante nueve meses. En octubre de 1991 el ejército federal inició la ofensiva y el sitio. A pesar de las protestas de la comunidad internacional los ataques no obviaron el casco antiguo, patrimonio de la humanidad desde 1979. Belgrado había justificado los ataques en Croacia en la defensa de la población de origen serbio. En Dubrovnik los residentes serbios se comprometieron en la defensa de su propia ciudad ante una agresión injustificada.
A principios de septiembre de 1992 arrancó en La Haya la conferencia internacional sobre el conflicto yugoslavo. Serbia creyó que era el momento más adecuado para presionar.
Como si se tratara de una despedida el último fue el peor bombardeo. Faltaban doce minutos para las seis de la mañana del día de San Nicolás, 6 de diciembre, de 1992, cuando cayó el primer obús. Hasta las once y media de la mañana, cuando se detuvo la letal lluvia, había impactado en la ciudad vieja la diabólica cifra de 666 proyectiles. El bombardeo golpeó particularmente Stradun y causó diecinueve víctimas. Entre ellas el fotógrafo Pavo Urban. Este se interesó por la fotografía a través del teatro. Cuando arrancó el asedio regresó desde Zagreb y empezó a captar el sitio de la ciudad desde dentro publicando sus instantáneas en los rotativos Slobodna Dalmacija, Dubrovački Vjesnik y también para el recién creado Ministerio de Información.
Esa mañana Pavo tomó sus dos cámaras, una cargada con diapositiva y la otra con blanco y negro y entró al casco antiguo por la puerta de Ploce. Se parapetó bajo el pórtico del Palacio Sponza, en la plaza Luza y frente a la iglesia de San Blas. Allí arranca Stradun y las primeras instantáneas en color captan la calle completamente vacía y la llamarada causada por el impacto de un proyectil, tiembla la calle y le hace mover la cámara, la gira y sucesivas tomas verticales recogen la columna de humo que se alza. De nuevo en posición horizontal reaparece el campanario de la iglesia franciscana al desvanecerse el humo. En primer término, a la izquierda de la imagen se aprecia el panel en el que se publicaban los nombres de las víctimas causadas por los ataques de la artillería serbia. Urban cambió de aparato, el cargado con película monocroma para tomar las que serían sus últimas fotografías, la secuencia de cinco, disparadas en un breve intervalo, muestran una nueva explosión junto a la iglesia de San Blas. El humo y el polvo lanzado hacen ondear la bandera izada sobre el monolito de la estatua de Roldán, protegido con un parapeto de listones de madera. No hay más. Urban fue alcanzado en el estómago por una esquirla de metralla. Quedó tendido boca arriba inánime. Tenía 23 años.
Al día siguiente Miodrag Jokic, vicealmirante del ejército federal, y diversos representantes croatas acordaron un alto el fuego y el cese del bloqueo durante las conversaciones mantenidas en Srebreno, al sur de Dubrovnik. Para el mes de mayo el aislamiento se había desvanecido por completo. Pavo no pudo retratarlo.
© J.L.Nicolas
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