La Habana y Cádiz: Dos Ciudades Gemelas
Más que ciudades hermanadas, La Habana y Cádiz parecen mellizas, cómo reflejadas en un espejo llamado Atlántico. Hay quién ha dicho que Cádiz es La Habana pero con más salero. A pesar de la antigüedad de una, el Gadir tartesio trimilenario y la relativa juventud de la Villa de San Cristóbal de la Habana, ciudad colonial fundada un 16 de noviembre de 1519 por Diego Velázquez de Cuéllar, ambas se desarrollaron plenamente entre los siglos XVI y XVIII, creciendo paralelamente en ambas orillas del océano, y conservando en la actualidad unos núcleos históricos que han sido, en ambos casos, declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Son parejas las fortificaciones que blindaron la entrada a la bahía cubana y las que defendieron a la ciudad peninsular del corsario inglés Drake y de ulteriores ataques británicos. Del siglo XVI datan el castillo de los Tres Reyes del Morro, el de San Salvador de la Punta, la Real Fuerza de La Habana y el gaditano de Santa Catalina. Ya en el XVIII se añadieron, allí, el de San Carlos de la Cabaña, dotado de cañones fundidos en Barcelona y que actualmente siguen vigilando el acceso a la bahía, y, acá, el de San Sebastián. La fortaleza del Morro fue dañada durante la toma de la ciudad por los ingleses en junio de 1762. En el complejo de San Carlos estuvo prisionero José Martí y en enero de 1959 el Che Guevara estableció, provisionalmente, su comandancia. Algún independentista iberoamericano también pasó por el castillo de Santa Catalina, en Cádiz, habilitado por Carlos III cómo prisión militar a partir de 1769.
Asimismo en Cádiz, el maestro Vicente Acero inició la construcción de la catedral en 1722. Ciento dieciséis años más tarde la acabaría Juan Darra. Durante ese periodo se fueron solapando estilos: barroco, rococó y neoclásico. Santa Cruz sobre el Mar, más conocida como la Catedral Nueva, está separada de la cercana Catedral Vieja por el antiguo palacio episcopal y por el pasillo del Obispo. En su cripta descansan Manuel de Falla y don José María Pemán. La Catedral de la Virgen María de la Concepción Inmaculada de la Habana fue en sus orígenes oratorio de los jesuitas, y no sería hasta 1778, una vez prohibida la orden, que no se iniciarían los trabajos de transformación del oratorio de San Ignacio en catedral barroca. Las fachadas de ambas catedrales tienen notables similitudes.
Hay quién compara las avenidas junto al mar de ambas urbes. El Malecón habanero con el Campo del Sur gaditano. Uno orientado hacia levante y el otro hacia poniente es cierto que ambos tienen un aire. Sus habitantes lo recorren con la misma consciencia de la presencia del océano, con la misma calma que concede un lánguido paseo de atardecer entre la brisa marina y el susurro de las olas.
El escritor habanero Alejo Carpentier anotaba en su libro “La Ciudad de las Columnas” que “la vieja ciudad, antaño llamada de intramuros, es ciudad en sombras, hecha para la explotación de las sombras”, que han de proteger el ir y venir de los parroquianos de los rigores estivales en calles que son indiscretas y fisgonas. En contrapartida las viviendas se encierran en si mismas: “La casa criolla tradicional es una casa cerrada sobre sus propias penumbras, como la casa andaluza, árabe, de donde procede. Al portón claveteado sólo asoma el semblante llamado por la mano del aldabón. Rara vez aparecen abiertas- entornadas siquiera, las ventanas que dan a la calle. Y, para guardar mayores distancias, la reja afirma su presencia, con increíble prodigalidad en la arquitectura cubana”.
La misma sensación de un carroliano viaje a través del espejo la produce deambular por sus calles. Se podría iniciar el camino en la plaza de Montserrate, junto al hotel Inglaterra, cerca de donde Hemingway iba a por sus daiquirís y acabó convertido en estatua; saliendo de la coctelería, hacia la izquierda, iniciar un descenso más o menos tranquilo hacía las aguas por la calle del Obispo, o por sus paralelas Progreso o Empedrado, en busca de un clásico para comer como la Bodeguita de Enmedio. Quizás, una vez atravesado el reflejo, continuar por Sagasta hasta llegar a la calle Ancha y continuar hasta las plazas de Mina o la de San Francisco o bien girar a mano derecha para llegar hasta la plaza de San Antonio donde se puede hacer un nuevo alto en el bar Andaluz, donde Ramón, mientras no deja de tararear, prepara unos sublimes montaditos de jamón con aceite. Sin ir más lejos.
© J.L.Nicolas