El Mar Interior
Desde la perspectiva que proporciona la altura a un satélite Túnez parece un país partido en dos. Descendiendo a vista de pájaro la fractura parece una especie de lago o mar interior. La aproximación a tierra lo convierte en el enorme reflejo de un desierto salado. Chott el Jerid, Chott el Garsa y Chott el Fejaj forman tres grandes depresiones y un gran lago salado, del que, cuando llega el verano, apenas queda la sal.
Chott el Garsa es un gran erial yermo que abarca la nada entre la frontera con Argelia y la ciudad de Tozeur, debe de extenderse por el producto de la multiplicación de una cincuentena de quilómetros por otros veinte. Mucho mayor, suma unos siete mil quilómetros cuadrados, Chott el Jerid es un enorme lago salado, de una profundidad a veces despreciable, que casi llega hasta el golfo de Gabés. En invierno, cuando realmente contiene un poco de agua, alguna zona es navegable en botes de poco calado. El resto del año su superficie es más bien resplandeciente, tanto como los espejismos que provoca la temperatura del aire en la lejanía. Espejismos que revierten en la misma sal, interminable, infinita, que se prolonga en todas las direcciones hasta más allá de donde alcanza la vista. Una carretera atraviesa transversalmente el flanco nordeste del desierto blanco. Une las ciudades de El Hamma con Kebili, y más allá, Douz, la puerta del desierto, en este caso de arena, el Sahara.
Chott el Jerid quiere significar aproximadamente lago de las palmeras. Un suelo de arcilla carente de vegetación sostiene la extensa capa de sal. También sostiene a una empresa que emplea a medio centenar de trabajadores: Sahara Sal. En verano las temperaturas oscilan entre los veinticinco y los cuarenta grados centígrados, si sopla el siroco, el viento que llega del sur, puede elevar la temperatura diez grados más. Así no es raro que la escasa agua que se acumula tienda a desaparecer. La lluvia más que una rareza es una anomalía. Estadísticamente la depresión recibe apenas ciento cincuenta milímetros anualmente. De hecho la mayor parte de la escasa humedad aflora de las capas freáticas. En los charcos que permanecen en verano junto a la arcilla subyacente las cristalizaciones salinas forman espectaculares películas de marcadas tonalidades rojizas. Otras se funden en el reflejo de un cielo profundamente azul añadiéndole matices de verde turquesa.
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© J.L.Nicolas