El Mar Tenebroso
En la antigüedad el mundo acababa en Occidente allí donde se situaban las columnas de Hércules, el estrecho de Gibraltar. Más allá continuaba el mar, efectivamente, pero para ir a ninguna parte, para desembocar en el vacío. Esa fue la razón por la que durante largos años, siglos, el Océano Atlántico fue conocido como el Mar Tenebroso.
El nombre lo cedería, con posterioridad, el titán Atlas, dueño de las columnas de Heracles o Hércules, que marcaron el límite del orbe conocido. Más allá no habría otra cosa que enormes monstruos marinos que tendrían continuidad en futuros temores e incluso en las cartas marítimas. La primera expedición conocida la protagonizó el rey Hannón, entre cinco y seis siglos antes de nuestra era, quien zarpando de Cartago con sesenta naves cruzaría el estrecho para seguir, en navegación de cabotaje, la costa africana, fundando las colonias de Timiaterio, Cariconticos, Gite, Acra, Melita y Arambis. Según algunos historiadores probablemente no pasó de la desembocadura del rio Draa, más o menos a la altura de Canarias. El Periplo fue transcrito en lengua púnica sobre una tablilla.
Citado por Rufo Festo Avieno en su Ora Marítima, Himilcón, otro navegante cartaginés, se aventuró hacia el occidente europeo, llegando probablemente hasta las costas británicas tras recorrer las de la península ibérica y Francia: las bestias nadan violentamente por medio de todo el ponto y un pánico intenso mora en estas aguas a causa de los monstruos. El cartaginés Himilcón refirió en tiempos pasados que él lo había contemplado y comprobado personalmente en la superficie del océano.
Los griegos asociaron al océano el mito de la Atlántida y los atlantes, el pueblo que habría dominado el orbe conocido hasta su colapso a causa de algún colosal cataclismo y contra quienes se habrían enfrentado en la guerra. Los textos de Platón, en los Diálogos entre Timeo y Critias recogen que fue uno de los siete sabios, Solón, a quien un sacerdote egipcio de Sais mostró unas estelas que hablaban de la civilización desaparecida. Platón la situó más allá de las columnas de Hércules: Entonces aquel mar se podía atravesar, pues tenía una isla delante de la desembocadura que vosotros llamáis según decís, columnas de Heracles. La isla era mayor que Libia y Asia juntas, y desde ella era posible para los que viajaban en ese tiempo acceder a las otras islas. Desde ellas se podía pasar a todo el continente que está justo enfrente y rodeaba aquel verdadero océano.
Otros autores griegos y romanos, desde Estrabón a Posidonio y Plutarco citan las descripciones formuladas por Platón sobre la Atlántida, otros las interpretan como una alegoría. Plinio el Viejo menciona de nuevo su localización en el libro VI de su Historia Naturalis: in extrema Mauretania contra montem Atlantem a terra stadia VIII abesse prodidit Cernen, Nepos Cornelius ex adverso maxime Carthaginis a continente p. M, non ampliorem circuitu II. traditur et alia insula contra montem Atlantem, et ipsa Atlantis appellata. Actualmente se tiende a creer que la leyenda de la Atlántida pudo tener más relación con la catástrofe del volcán de Thera, Santorini, en el Egeo y el colapso de la civilización minoica en Creta y las Cícladas.
El mismo Plinio, en el Libro II, recoge que Roma ya navegaba en las aguas del océano, más allá del estrecho para dirigir sus navíos a las costas occidentales de la península ibérica, de las Galias y hasta las islas británicas: A Gadibus columnisque Herculis Hispaniae et Galliarum circuitu totus hodie navigatur occidens. septentrionalis vero oceanus maiore ex parte navigatus est, auspiciis Divi Augusti Germaniam classe circumvecta ad Cimbrorum promunturium et inde inmenso mari prospecto aut fama cognito Scythicam ad plagam et umore nimio rigentia. propter quod minime verisimile est illic maria deficere, ubi umoris vis superet. (Hoy en día, desde Cádiz y las Columnas de Hércules se puede navegar todo el Océano Occidental, en torno a Hispania y la Galia. El océano Septentrional fue surcado en su mayor parte, bajo los auspicios del divino Augusto: una flota bordeó toda la costa de Germania hasta el promontorio de los cimbros, luego vimos un inmenso mar, o lo saben de informes, que se extiende a las playas del mar Escitia, y las tierras congeladas con humedad excesiva. Por tanto, no es probable que el mar acabe allí donde es más húmedo.)
Durante la Alta Edad Media los hombres del norte iniciaron sus incursiones desde las costas escandinavas, primero a las islas británicas y posteriormente hasta la Europa mediterránea. La presión demográfica y en algunos casos el exilio político propiciaron la búsqueda de nuevos asentamientos incluso a través del Atlántico Norte superando el Círculo Polar Ártico. Las Íslendingasögur, las sagas de los islandeses, recogieron los periplos y las historias que les llevaron a descubrir Islandia y Groenlandia donde llegaron a establecer poblaciones estables. Las Sagas de Thornfinn Karlsefni y Snorri Thorbrandsson, o las de Erik el Rojo, describen los viajes en los que desembarcaron en Helluland, Markland y Vinland; la isla de Baffin, la península del Labrador y Terranova respectivamente. En Terranova, en L’Anse aux Meadows, se descubrieron en 1960 los restos de una aldea vikinga que posiblemente coincidiera con la Leifsbúðir de las sagas.
En la misma época la expansión del Islam llegaba asimismo al Magreb, el occidente africano. Para ellos el Mar de las Tinieblas o Mare Tenebrosum era Bahar al Zulumat del que el historiador árabe Ibn Jaldun escribiría en el siglo XIV: es un mar vasto y sin límites, en el que los navíos no se atreven a alejarse de la costa, porque aunque conocen la dirección de los vientos, no pueden saber a dónde podrían llevarlos, porque no hay un territorio habitado más allá y correrían el riesgo de perderse entre las brumas y las tinieblas. A principios del siglo XV el Mare Tenebrosum era conocido hasta Ras Buyadur, el cabo Bojador o el cabo del miedo, en la costa del actual Sahara Occidental a la altura de las islas Canarias. Las corrientes marinas y el régimen de vientos impedían el regreso, hecho que alimentaba la creencia en la existencia de monstruos marinos.
En 1434 el navegante portugués Gil Eanes superó ese límite al hallar en mar abierto vientos más favorables que permitirían a los lusos circunvalar el continente africano en la incipiente carrera hacia los recursos y mercancías de las Indias Orientales. La búsqueda de nuevas rutas comerciales para romper el monopolio de Venecia y el Imperio Otomano en los productos de procedencia oriental desató una dura competencia entre las flotas de la península ibérica. El infante portugués Enrique el Navegante impulsó los viajes de exploración creando la que sería conocida como Escuela de Sagres, donde reunió a cartógrafos, armadores y marinos interesados en los avances tecnológicos de la navegación de la época. Los resultados fueron evidentes: ya en 1418 João Gonçalves Zarco descubrió Porto Santo, a partir de 1425 se colonizó el archipiélago de Madeira y en 1427 el de Azores, descubierto por Diogo de Silves. Otro Diogo, Diogo Gomes, alcanzaría las islas de Cabo Verde en 1460. Durante el mismo periodo la corona de Castilla estaba enfrascada en la conquista de las Islas Canarias. La pugna entre ambos reinos se trató de regular con el Tratado de Tordesillas en junio de 1494 delimitando las futuras zonas de influencia de ambos reinos.
Dos años antes Cristóbal Colón había alcanzado el otro extremo del Océano, descubriendo para la civilización occidental un nuevo mundo y culturas distintas. Fue el punto de partida de incesantes viajes de exploración y conquista de las potencias europeas. Años en los que al Mare Tenebrosum le fue brotando la luz y en los que los nuevos datos aportados en cada viaje añadían detalles a la cartografía y a los portulanos. En época tan temprana como 1375, en el Atlas Catalán atribuido del judío mallorquín Cresques Abraham aparecen las Islas Canarias con su toponimia actual. Además fue el primer mapa en incorporar una rosa de los vientos. El mapa del cántabro Juan de la Cosa, del año 1500, muestra la representación más antigua de las costas del continente americano e incluye información de la llegada de Vasco de Gama a India dos años antes. En 1502 el planisferio de Cantino recoge el meridiano designado por el Tratado de Tordesillas. El controvertido mapa del almirante turco Piri Reis reproduce parte de las costas del nuevo mundo, supuestamente data de 1513 aunque se supone que empleó fuentes más antiguas y de ese hecho surge la polémica. El mapa original se conserva en el museo de Topkapi Sarayi en Estambul.
En algunos casos también aparecen cartografiadas islas legendarias. Las islas de Antilia, Brasil o San Borondón fueron mitos relacionados a veces con la Atlántida o con comunidades formadas por antiguos monjes. La isla de Antilia aparece en el mapa de Andrea Blanco de 1448. También en el de Bartolomeo Pareto de 1455; en 1507 en el Universator Orbis Cognitio Tabula del cartógrafo flamenco Johannes Ruysch, y en el mapa de Toscanelli de 1468. Antilia y Brasil acabarían dando nombre a algunas de las tierras recién descubiertas. En el caso de San Borondón se organizaron expediciones para localizarla aun hasta bien entrado el siglo XVIII.
Antes de la llegada de los europeos, en el otro lado del océano, las culturas mesoamericanas curiosamente tenían nombres y vocablos que empleaban la silaba atl, que precisamente en lengua náhuatl significa agua.
© J.L.Nicolas