En los Meandros del Ebro
En la comarca de la Ribera Baja, en tierras aragonesas, el rio discurre perezosamente por terrenos de arcillas y calizas que le obligan a retorcerse en su camino hacia el Mediterráneo, formando sinuosos meandros encajados sucesivamente uno tras otro, serpenteando entre las poblaciones que viven de sus aguas.
Y tanto serpentea que la línea recta que se podría trazar entre Alforque y Escatrón no las distanciaría más de siete quilómetros, mientras que el mismo trayecto, viajando por el rio, multiplica por cinco el recorrido, eso sí, atravesando sotos y bosques de ribera, mejanas, las islas que se forman entre las orillas, y galachas, viejos cauces abandonados por el mismo rio.
El Ebro fue navegable hasta la romana Vareia, la cual muestra hoy sus ruinas en las afueras de Logroño. Aguas abajo existieron puertos fluviales en la que fue la Colonia Celsa y, más modernas pero también ruinosas, en Escatrón, donde había además algunos almacenes.
En tiempos de árabes y de reinos de taifas se pusieron las primeras trabas a la navegación con la construcción de azudes que derivan la corriente hacia las orillas para hacer trabajar a norias y molinos. Aun se pueden ver, restauradas, la de Velilla y la que hay junto al Monasterio de Rueda que llevaba el líquido elemento hasta el cenobio a través del puente de cinco arcos de un acueducto gótico. A partir de entonces la navegación solo se pudo hacer con laudes de fondo plano propulsados por velas o tirados por mulos desde la orilla. O sobre barcazas que cruzaban las aguas a fuerza de manos tirando de las sirgas o cuerdas tendidas de orilla a orilla. Casi cada población disponía de su paso de barca y algunas incluso de casa para el barquero y de alojamiento para viajeros. La construcción de nuevos puentes dejo obsoletos estos pasos, aunque aún queda el de Gelsa y algunas viejas fotografías del de Velilla.
Muchas de estas poblaciones tuvieron su origen en alquerías de época musulmana y que, en algún caso, generaron el topónimo, como en Alborge, de Al Burj, nombre que se daba en árabe a las torres de vigía, o en La Zaida, de Al Saida, la señora. La conquista de Zaragoza y de la comarca por Alfonso I en el año 1118 traería cambios, acompañados de monjes de la orden del Cister a los que seguirían nuevos colonos que aun compartirían el territorio con judíos y moriscos hasta la llegada de las respectivas expulsiones. La de los primeros en 1492, año de la conquista de Granada y del descubrimiento de América. La de los moriscos sería definitiva en 1610 y sus consecuencias inmediatas se tradujeron en una acusada despoblación de la zona. El retorno del cristianismo llevo a la construcción de nuevas iglesias que vieron sucederse estilos, desde el primer mudéjar al barroco y al renacimiento, que en muchas ocasiones se solapan sobre los mismos templos, reformados y reconstruidos a lo largo de la historia.
Durante los años de la tercera guerra carlista, que enfrentó al pretendiente Carlos María de Borbón con el gobierno de Amadeo I y con el de la Primera República, eran frecuentes los asaltos de las tropas carlistas provenientes de la comarca del Maestrazgo. Para asegurar las comunicaciones el general Manuel de Salamanca y Negrete desarrolló un sistema de telegrafía óptica apoyado en la construcción de unas cuarenta y cinco torres entre agosto y diciembre de 1875 que cubrían la línea de Zaragoza hasta Amposta siguiendo el curso del rio. Algunas de ellas fueron particularmente reforzadas, como los fortines de Caspe o el de Sástago. En la Ribera Baja hay un par más, cerca de Escatrón, la Torre del Mocatero y la de Palmas.
A occidente de la comarca están las dos localidades más pobladas de la comarca, Pina de Ebro y Quinto, ambas superan los dos mil habitantes. La última es, actualmente, la capital comarcal. El topónimo lo heredó de un miliario romano que señalaba las distancias entre Celsa Lépida y Cesar Augusta, precisamente el quinto. Pascual Madoz en el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, de 1845, señalaba sobre Quinto que sirvió en tiempos de los árabes de formidable fuerte conservándose todavía por el N y S de dicho cabezo los cimientos de sus antiguos torreones. Es donde actualmente y desde el siglo XV se alza la iglesia de la Asunción. El templo mudéjar muestra en su portada meridional, del siglo XVI, dos decoraciones heráldicas en el alfiz de la puerta ojival: la de Francisco Clemente, arzobispo de Zaragoza, que también lo fue de Barcelona y secretario de Benedicto III de Aviñón, el Papa Luna. El segundo blasón pertenece a las armas de Sicilia y de las casas de Luna y Aragón, que posiblemente correspondieron a Fadrique de Aragón, hijo ilegitimo de Martín el Joven, rey de Sicilia, y nieto de Martin I. En el casco antiguo son destacables los tres portales de origen medieval que daban acceso a la población, el de San Miguel llevaba al camino de Zaragoza, el de San Antón a los huertos y el de San Roque hacia el sur. Este último tiene una inscripción en latín sobre la hornacina con la imagen del santo y un reloj de sol: Dies mei sicut umbra (Mis días pasaron como una sombra). Madoz también mencionaba los Baños de Quinto de los que escribió que consisten en 2 fuentes de aguas salinas, cuya celebridad nunca desmentida ha llegado en tiempos a ser hasta supersticiosa.
En el mismo Diccionario de Madoz, este anotaba sobre Pina de Ebro que cuenta con 430 casas, antiguas y de sólida construcción, en las que se incluyen la del ayuntamiento y cárcel; un palacio del Conde de Sástago que en la guerra de la independencia sirvió de fuerte a los franceses. Pina fue devastada en varias ocasiones, por la riada de 1259, que la destruyó por completo, y por la plaga de la peste que la diezmó en 1350 y, de nuevo, en 1557 y aun en 1652. A su plaza mayor asoman la casa consistorial, ubicada en un palacete de tres pisos del siglo XVI, la Iglesia de Santa Maria que forma parte del antiguo Convento de San Francisco y la Torre Vieja, un recuerdo de la iglesia parroquial destruida durante la Guerra Civil.
Gelsa heredó el topónimo de la colonia romana, Celsa, que aunque estuvo situada junto a la vecina Velilla, probablemente su territorio llegara hasta aquí. En realidad lo más probable es que la población de Gelsa fuera creada en época musulmana de la que aún conserva el trazado del llamado barrio Morisco donde en sus calles de los Cubiertos, del Pilar y Ocho Esquinas tiene los denominados cubiertos, estructuras que cruzando por encima de las calles unen unas viviendas con otras. Gelsa fue la población más afectada por la expulsión de 1610 ya que prácticamente la totalidad de sus vecinos eran moriscos.
En las afueras de Velilla de Ebro se encuentran las excavaciones de la antigua colonia romana Victrix Iulia Lepida, renombrada Victrix Iulia Celsa tras la caída en desgracia de Marco Emilio Lépido, su fundador. Actualmente el Museo de Zaragoza ha instalado aquí una de sus subsedes, en las que se muestran las piezas descubiertas en el yacimiento. Tras la repoblación cristiana de la zona se edificaron un par de templos, el de Nuestra Señora de la Asunción es un edificio mudéjar del siglo XVI. Su interior se ilumina gracias a una hilera de ventanas de medio punto abiertas sobre los contrafuertes exteriores. El otro es la ermita de San Nicolás de Bari que aprovechó los restos de una iglesia románica de la que aún se aprecia el ábside. Se cree que en tiempos de la colonia este fue el emplazamiento de un templo romano. La espadaña, de tres vanos, aloja la célebre campana milagrosa, la que, según la leyenda, llegó flotando por el rio hasta detenerse frente a la población, a partir del momento en que fue instalada, anunciaba desgracias cuando sonaba por sí sola. La última vez que repicó sin intervención humana fue el 18 de julio de 1936. Sin embargo no lo hizo el 3 de diciembre de 1940, cuando en Zaragoza se recibió el telegrama enviado por Jesús Lagunas, jefe de estación, comunicando: Trenes 802 y 803 han chocado aguja salida sentido La Zaida estación Velilla. Hay desgracias personales. Urge tren socorro. Dos convoyes, uno procedente de Madrid y otro de Barcelona, colisionaron frontalmente a las cuatro treinta y cinco de la madrugada. Murieron cuarenta y ocho personas y un centenar fueron heridas.
La Zaida también sufrió severamente la despoblación cuando marcharon los moriscos. Junto a la iglesia de San José están las ruinas de lo que fuera la mansión de los nobles aragoneses Ximénez Cerdán, como si aún quisieran mirar el paso del rio, tal como hace desde la otra orilla, en Alforque, la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol, situada sobre un mirador, con el Ebro a sus pies. En uno de sus muros están grabadas en la piedra las fechas en las que el rio se heló por completo: 1686, 1694 y 1891. Esta es la población con menos habitada: setenta y siete almas en el censo de 2007. Envuelta en un gran meandro que casi la convierte en isla se halla Cinco Olivas, con el término municipal más pequeño de la comarca. En sus afueras hay una blanca ermita encalada, San José, no muy lejos de un antiguo embarcadero donde una barcaza, la Santa Pudenciana, recuerda días que fueron más activos.
Enfrente, de nuevo en la otra orilla, está Alborge, apenas cuatro calles longitudinales y poco más de cien vecinos. Aun así tuvo una fortaleza en época musulmana de la que aun resiste un fragmento de torre desde donde se vislumbra la población y el viraje que hace el rio. La plaza de la Constitución reúne a los poderes facticos de la localidad: la iglesia de San Lorenzo, del siglo XVII, el ayuntamiento con su fachada neo mudéjar de 1885 y el bar. Alborge llegó a tener hasta tres almazaras, molinos de aceite, uno de ellos, construido en 1775, conserva parte de la maquinaria y prensas originales; también uno de harina y un gran nevero excavado en la roca. Estos se empleaban para producir hielo a partir de la nieve recogida en invierno. En la calle de las Almas, donde acaba la calle Mayor hay una antigua casa que perteneció a un indiano. Sobre el arco de la puerta hay media docena de relieves que imitan iconos mayas.
Atravesando de nuevo el rio se llega a Sástago, una alargada población que se asienta en el istmo de un nuevo meandro. La atraviesa la carretera, que debe regular el paso alterno de los vehículos mediante un semáforo. En el siglo XIX se instaló una planta hidroeléctrica que dispone de un par de edificios de aires modernistas junto a la carretera que se dirige a La Zaida. Sástago tuvo sala de cine. Queda el rótulo aun legible en la plaza de la Diputación Provincial: Cine Moderno. En el entorno se encuentran los restos de una fortaleza musulmana, el Castillo de Palma, la ermita de Montler y, aunque más cercano a Escatrón, el Monasterio de Rueda que aún permanece en el término municipal de Sástago perteneció a la orden del Císter y fue edificado a finales del siglo XII. Desamortizado en 1835 parte de sus instalaciones han sido transformadas en una hospedería. El primer puente de hierro fue inaugurado el 18 de julio de 1926. Unía Sástago con Escatrón cruzando el rio cerca del monasterio, pero duró poco, apenas doce años más tarde, el 11 de marzo de 1938, fue volado con cargas de dinamita en el transcurso de la Guerra Civil. Acabada esta fue reconstruido y, posteriormente remodelado en 1988.
La parte más antigua de Escatrón fue construida sobre una colina con unas buenas vistas, desde el mirador del Tozal, sobre el Ebro y el Monasterio de Rueda. La calle Mayor arranca en la plaza de España, donde están el ayuntamiento y la iglesia de la Asunción. Esta guarda el retablo renacentista de alabastro del altar mayor del Monasterio de Rueda, obra de los maestros Esteban y Domingo Borunda. En la misma calle hay algunos ejemplos de arquitectura civil, antiguas casas señoriales de las que una se ha convertido en posada y otras lucen un cierto aspecto ajado. Subiendo una escalinata se llega al santuario de San Francisco Javier, hoy con las puertas tapiadas. Es cuanto queda del antiguo convento. En la parte baja del pueblo, pero también sobre una colina menor, está la ermita de Santa Águeda, que parece demasiado grande, con un pórtico cuadrangular en la entrada y un campanario de tres cuerpos. A un lado se conservan un par de lápidas apoyadas contra el muro, antiguamente yacieron bajo ellas una pareja fallecida con cuatro días de diferencia en noviembre de 1690.
© J.L.Nicolas