…y todo a media luz*
-Boooooluuuuudooooo!!, ¿pero como manejás?!!! Grité como un poseso asomando la cabeza fuera de la ventanilla del coche. Otro automóvil, rebasándonos por la izquierda, a media rotonda, empezó a cortarnos el paso. Conducía mi amigo Jorge, y obviamente se sorprendió:
- ¿Pero que hacés? ¿Un polaco como vos insultando como un porteño?
Jorge sí era porteño. Había estado viviendo y estudiando durante un par de años en Barcelona. Uno más tarde volvió a Buenos Aires para crear una empresa. En el momento de pronunciar mis improperios en una rotonda de Palermo enfilando hacia la avenida Libertador nos dirigíamos a una fiesta en alguna de las universidades de la ciudad, ya no recuerdo cual era, alguna técnica, probablemente de ingeniería o arquitectura. Me presentó algunos compañeros y yo insistía en hablar con mi falso acento argentino para intentar pasar desapercibido. Pero obviamente notaron alguna cosa extraña.
-¿Pero vos no sos porteño, no? Tenés un acento…
- De Córdoba, soy de Córdoba.
- Viste, ya decía yo que vos no eras del mismo Plata!
Las fiestas en Buenos Aires eran desproporcionadas, interminables. De la facultad la fiesta continuó en alguna discoteca de la Recoleta, en el centro de la ciudad. Aun recuerdo los billares, algunas chicas y varios gin-tonics. Finalmente llegué a mi hotel, en la calle Tucumán, a las siete y media de la mañana. Pedí al recepcionista que me despertaran a las ocho en punto. Todavía recuerdo su expresión.
-¿A las ocho? Pero si falta…
- Si, ya sé, media hora.
Media hora más tarde ya me había duchado, me había tumbado quince minutos en la cama, y ya nos dirigíamos a la sede del Congreso de la República Argentina. Felipe González, junto al presidente argentino Raúl Alfonsín hablaban a los diputados argentinos. Apenas tras una hora de haber apurado las copas y de abandonar la última discoteca teníamos plantada la cámara y dispuestas las tomas de audio. Pulse el botón de grabación y cerré el párpado izquierdo para observar a través del visor con el ojo derecho. Unos minutos mas tarde también cerré el izquierdo.
La capital porteña era deslumbrante para una primera visita. En el colorido barrio de La Boca, percibir la presencia ausente de Gardel, Alfredo La Pera y otros autores de tangos es inevitable, así como la del propio pensamiento triste que se baila, en palabras del compositor Enrique Santos Discépolo. Está en la esencia del propio barrio y está presente en los tenderetes a lo largo de la calle del Caminito, donde se puede encontrar todo tipo de parafernalia sobre la materia: vinilos, carteles de películas, libros, bandoneones y partituras.
A principios del siglo XX el tango era considerado por el Vaticano, a través de L'Osservatore Romano, uno de aquellos de los cuales no se puede de ninguna manera conservar ni siquiera con alguna probabilidad la decencia. Porque, si en todos los otros bailes está en peligro próximo la moral de los bailarines, en el tango la decencia se encuentra en pleno naufragio. Corrientes 348 queda un poco alejado de la esquina de Almirante Brown y Pedro Mendoza. Tampoco se me ocurrió llamar al segundo piso.
Si hay algo de lo que es posible disfrutar en la ciudad del Plata es del vacuno que se expende en sus asadores. El cocinero sostiene entre sus pinzas un bifé de chorizo de poco más de medio quilo de peso. Un buen calibre para iniciarse en los placeres del asado. Dispuesto a acercarlo a la parrilla para depositarlo justo encima de las brasas con una profesional parsimonia y una estudiada puesta en escena. Menos de un segundo antes de que toque el hierro alguien grita:
- Basta!! Suficiente, ya está al punto!.
El cocinero se gira sorprendido. Cuando pregunta al siguiente comensal como le apetece el punto de carne la respuesta es:
- Que muja.
Pero era exquisita y el punto excelente. El séquito del presidente subió al avión. La siguiente escala era una milonga.
© J.L.Nicolas
* A Media Luz, 1924 Tango de Carlos Lenzi y Edgardo Donato