Escocia
Whisky, kilts y tartanes, golf, castillos, un embutido llamado haggis, Sean Connery y un monstruo en un lago. Una selección de rugby y una lengua ininteligible, -sea inglés o gaélico-. Gaitas, cornamusas y apellidos que empiecen en Mac. Profundos estuarios y siete centenares de islas. Robert Burns, Rob Roy y J.K. Rowling, madre literaria de Harry Potter. Alrededor y por encima se le añade agua en abundancia: es Escocia.
Cuando trescientos años antes de cristo el griego Pytheas de Massalia circunnavegó Pretaniké, las islas británicas estaban habitadas al norte por tribus de origen celta que recibieron el nombre de pictos. Aun no habían llegado de Hibernia, Irlanda, las migraciones de scotts y otros clanes, también celtas. Los romanos los llamarían caledonios y, a pesar de combatirlos durante años, no llegaron a someterlos. Ciento veinte años antes de cristo el emperador Adriano ordenó la construcción de un muro que los aislara del mundo romano y que señalara los límites del Imperio. En el siglo I el general y gobernador de Britannia, Cneo Julio Agrícola, realizó varias campañas contra los pictos sobrepasando el muro y llegando hasta los Montes Grampianos, aunque no consolidó el territorio, según recogió su yerno Cornelio Tácito en De Vita et Moribus Iulii Agricolae.
Al norte del muro, sobre las tierras bajas se extienden las dos principales ciudades de Escocia. A levante, Edimburgo, que acoge a la sede del parlamento en Holyrood. Entre este y el castillo, la Royal Mile. La milla de oro en la que se concentran los comercios más elegantes de la ciudad. Si Edimburgo fue el núcleo de las letras y de la ilustración escocesa, Glasgow ha sido siempre el motor industrial y, es en la actualidad, tras Londres y Birmingham la tercera ciudad del Reino Unido en número de habitantes.
© J.L.Nicolas