Escocia, Historias de la Frontera
Al abandonar Northumberland, el último de los condados ingleses, se llega a una frontera casi invisible, la que separa Inglaterra de Escocia sobre las Cheviot Hills. Y sería completamente invisible si no existiera un gran cartel con la leyenda Fàilte gu Alba, (Bienvenidos a Escocia), una gran enseña de San Andrés y un puesto de salchichas. Desde el mirador se puede echar un primer vistazo a las recién holladas tierras escocesas. Las Lowlands ante nuestros ojos. Una extensa sucesión de suaves, apacibles y verdes colinas. Un interminable campo de golf.
Pero no siempre fue tan apacible. Las Scottish Borders, la frontera escocesa, fue durante largos años un interminable escenario de cruentos combates, incursiones, venganzas y de guerra entre ambos vecinos, no siempre bien avenidos.
Carter Bar, donde hoy esta el mirador, ...y las salchichas, se llamó una vez Rede Swire. Quizá fue cuando presenció el avance hacia el sur de las huestes del rey Mynyddog, de la tribu de los Gododdin, para ser heroicamente inmoladas por los invasores sajones en Catraeth. Su gesta se cantaría en la Edad Media en el libro Y Gododdin: Three hundred gold-torqued warriors / fearsome, splendid in action/ Alas, they did not return. (Trescientos áureamente forjados guerreros, temibles, esplendidos en el combate, ...ninguno volvió.)
Las fronteras tribales variaron a lo largo de los siglos. No se estabilizaron hasta 1018, con la derrota de los ingleses en Carhamon-tweed, durante el reinado de Malcom III. Se fijarían casi definitivamente en el tratado de York de 1237.
Las Guerras de Independencia de los siglos XIII y XIV generaron personajes de la talla de William Wallace y Robert the Bruce. Ambos combatieron a los ejércitos de Eduardo I, quien ya había subyugado a Gales. Wallace, quien sería Guardián de Escocia junto a Andrew Murray derrotó a las tropas inglesas mandadas por el conde de Surrey en la batalla de Stirling Bridge. Ocho años más tarde, en 1305, sería capturado a traición en Glasgow y conducido a Londres donde fue salvajemente ejecutado. Su cabeza exhibida sobre una pica y su cuerpo, desmembrado, repartido por el país. Hoy en día tiene dedicadas esculturas de cuerpo entero por todo el territorio: en el castillo de Edimburgo, en Aberdeen, y un enorme Monumento Nacional en las cercanías de Stirling. Incluso los ingleses le han dedicado una placa en el punto donde lo ultimaron, en Smithfield, donde el mercado de la carne, en el mismo corazón de Londres. Robert the Bruce sucedió a Wallace en la rebelión. Más afortunado, consiguió ser coronado rey de Escocia en marzo de 1306.
El siglo XVIII trajo las rebeliones Jacobitas, una sucesión de conflictos puntuales con un denominador común: dominar la corona y arrasar el territorio. Tras las Actas de Unión de 1707 el destino de Escocia estaría más íntimamente ligado al de Inglaterra. Jorge I, de la casa de Hannover, ascendió al trono en 1714 sin que el aspirante Jaime VII de Escocia y II de Inglaterra y su estirpe, la casa de Estuardo, asintieran convencidos. Los treinta años de conflicto generaron nuevos héroes. Robert Roy Mac Gregor quizá fue el más famoso entre ellos. O por lo menos de eso se encargaron las plumas de Defoe, Wordsworth y sir Walter Scott. En 1723 Daniel Defoe trazó una semblanza novelesca del personaje en The Highland Rogue. La biografía escrita por Scott, Rob Roy, realzó su carácter. William Wordsworth, durante una visita al país en 1803, escribió el poema Rob Roy’s Grave.
© J.L.Nicolas