Florencia, desde el Campanario
El visitante está advertido. No hay ascensor. A cambio hay, ni más ni menos, que 414 inexorables escalones que llevan hasta la cúspide del campanario de Giotto, a 82 metros del suelo. Se suceden uno tras otro, pasan por estrechos ventanales que proporcionan un indicio de la vista que se extenderá bajo los pies cuando haya recuperado el resuello.
Es entonces, cuando el oxígeno vuelve a circular con normalidad, que se puede apreciar con claridad el espectáculo que se abre ante los ojos. El primer impacto corresponde a la enorme cúpula del Duomo de Santa Maria dei Fiore. Obra del arquitecto Filippo Brunelleschi supera los cien metros de altura y los 45 de diámetro. A pesar de que la catedral se empezó a construir a finales del siglo XIII la fachada neogótica no se concluiría hasta el XIX. La combinación de mármoles blancos de Carrara, verdes de Prato y rosas de Maremma, tal como en el baptisterio y el campanile le confiere un cierto aire que hace pensar irremediablemente en una enorme tarta de pastelería. En el interior las dimensiones del Duomo no son menores y la sensación de estar en un espacio inabarcable se hace patente en el laberinto que orna el suelo, en los distantes frescos del Juicio Final de Giorgio Vasari o frente al óleo de Dante y la Divina Comedia de Domenico de Michelino.
Girando ligeramente la vista hacia la izquierda, frente a la fachada del Duomo está el Baptisterio octogonal de San Giovanni y también se perciben los actores callejeros que en ocasiones parecen más numerosos que los paseantes foráneos. Suelen vestirse de blanco, quizás para camuflarse entre el mármol del entorno. Por el baptisterio pasaron hasta mediados del siglo XIX, en sus primeros meses de vida, todos los católicos nacidos en Florencia, ahora pasan los forasteros que se acercan a admirar las puertas, en especial las Puertas del Paraíso, que, junto a las del norte, Lorenzo Ghiberti tardó veintiún años en completar y para que quedara constancia añadió su busto entre los otros veintitrés que forman parte de la ornamentación.
Desde la cima del campanario se ve perfectamente la Piazza della Signoria, particularmente el torreón del almenado Palazzo Vecchio que actualmente alberga dependencias municipales y que fue también la antigua sede de la República Florentina y residencia de los Medici hasta que se trasladaron al Palazzo Pitti. Lo que no se puede apreciar desde las alturas es la Loggia dei Lanzi ni las estatuas que contiene. Un viejo león de mármol observa con mirada fiera cuanto se mueve en la plaza, quizás por ello el resto de su compañía se mantiene inmóvil. A su alrededor se alzan el gigantesco David de Miguel Ángel, aunque desde 1910 es una réplica, el original se preserva en la Galería de la Academia, Hércules y el Rapto de las Sabinas y Perseo con la cabeza de la Medusa. En el centro de la plaza sobre la fuente manierista está Neptuno y a pocos pasos la estatua ecuestre de Cosme I Giambologna, cerca de donde fue quemado el 23 de mayo de 1498 Girolamo Savonarola, el fraile dominico confesor de Lorenzo de Medicis al que criticó Nicolás Maquiavelo en El Príncipe. Una placa en el pavimento indica el lugar exacto. Maquiavelo también escribió, por encargo de los Medici, la historia de la ciudad, Istorie Fiorentine.
La Santa Croce y Santa Maria Novella son destacadas basílicas de Florencia. La primera se convirtió en el panteón de las glorias italianas, aquí están enterrados el citado Maquiavelo y Galileo Galilei y aquí el escritor Stendhal sufrió por primera vez el síndrome que tomó su nombre. Tras el Palazzo Pitti y los Jardines del Boboli la Basílica de San Miniato al Monte recuerda al santo decapitado en el siglo III, aquel que dicen recogió su propia cabeza y atravesando el Arno fue a refugiarse a su ermita en Mons Fiorentinus.
© J.L.Nicolas
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