Formentor Revisitado
El trayecto que separa Palma de Mallorca de la costa catalana es el tiempo de un sueño, o el tiempo que se pasa en duermevela sobre un sillón en cubierta esperando la llegada de las primeras luces del amanecer, o antes que estas, sobre la línea del horizonte que lentamente se aproxima, las luces de la ciudad que se proyectan como el reflejo de la lámpara de un faro en la distancia.
Pero el trayecto que separa Formentor en la memoria es aún mayor, no es cuantificable en una mirada dirigida hacia el reloj de pulsera o hacia una página atrasada en un calendario. La distancia que separa a Formentor del presente es como el vértigo que acompaña al vacío, un hueco impresionante al que apetece lanzarse aun sin tener el más remoto deseo. Volver es viajar en el tiempo acompañado por recuerdos de adolescencia que, como espíritus evanescentes e intangibles, acompañan el paisaje. Y Formentor es una excusa.
Tònia nos esperaba en el puerto, su sonrisa era afable por ser la primera, única por su sinceridad e impar por su frescura. Nos llevó hasta su vehículo, el que voluntariosamente debía llevarnos a nuestro destino. Xesca, Luis y Marta se acomodaron tanto como se podían acomodar cinco personas en un Simca 1000. La siguiente visión era la de las rondas de Ciutat pasar a través de la ventanilla. El recuerdo, el de una sucesión de movimientos indefinidos, de algún color próximo al de las fotografías envejecidas donde un color dominante suele comerse a los otros. Entonces solo quedan memorias teñidas de magenta, a veces de verde deslucido.
Leer más en edición impresa o e-Book
© J.L.Nicolas