Franceses en Akaroa
Pocos quilómetros al sur de Christchurch, casi en las afueras, se eleva un gran cráter de origen volcánico abierto al mar hacia el sur. Se trata de Kai Tahu para los maoríes y Banks, en reconocimiento a Joseph Banks naturalista del Endeavour, para James Cook. Este, al descubrirlo en febrero de 1770, erró creyendo que se trataba de una isla en lugar de la península que es en realidad. En la ensenada, un perfecto puerto natural, se asienta la plácida población de Akaroa que da cobijo a sus apenas seis centenares de habitantes.
Lo que hace particular a Akaroa, en Nueva Zelanda, son pequeños detalles como el nombre de algunos de sus locales, hoteles o restaurantes, y también el de algunas de sus tranquilas calles: rue Jolie, rue Lavaud, rue Benoit. The Little Bistro, Chez la Mer, Ma Maison... nombres franceses en un archipiélago anglófono. Todo tiene su explicación. Y la de los nombres franceses en Akaroa se remonta al único intento de colonización galo en tierras maoríes.
En las primeras décadas del siglo XIX, antes de que el archipiélago perteneciera al Imperio Británico, balleneros de distintas nacionalidades recalaban en la península de Banks y, en sus alrededores, en el puerto de Lyttelton. Entre ellos el capitán del Cachalot, Jean François Langlois, quien operó allí entre mayo y agosto de 1838, mientras la corbeta Héroine, al mando de Jean Baptiste Cécille, arribada en junio, cartografiaba con el máximo detalle la zona. Langlois llegó a apalabrar la compra de la península con los jefes maoríes e incluso anticipó un primer depósito de ciento cincuenta francos sobre una futura aportación de un millar por un territorio de unos ciento veinte quilómetros cuadrados. Entusiasmado, Cécille, el capitán del Héroine, izó una enseña francesa declarando la soberanía gala sobre el terreno.
Langlois retornó a Francia en búsqueda de inversores y colonos. Entre los inversores llegó a engatusar a Alejandro María de Aguado y Ramírez de Estévez, Marqués de las Marismas del Guadalquivir, afincado en París, pero finalmente se creó la Compagnie Nanto-Bordelaise que financiaría definitivamente el proyecto de comprar nuevas tierras, colonizar las ya adquiridas entorno a Port Louis-Philippe, el enclave que hoy es Akaroa, y consolidar la industria ballenera.
El 8 de noviembre de 1839 la Compagnie de Bordeaux et Nantes pour la Colonisation de l’Île du Sud de la Nouvelle Zélande et ses Dépendences, rimbombante nombre final de la empresa, presentó el proyecto al gobierno francés, quien lo apoyaría abiertamente.
Ya en marzo de 1840, sesenta y tres colonos estaban en Rochefort listos para partir. Entre ellos catorce hombres casados junto a sus familias en las que sumaban catorce niños, más diecinueve solteros y media docena de alemanes. Todos ellos embarcaron en un bajel facilitado por el gobierno de París: el Mahé, de quinientas cincuenta toneladas, que fue renombrado Comté de Paris. Zarparon el día 20. Para proteger a los colonos y para que su comandante, Charles François Lavaud, ejerciera los poderes de comisario de la Corona francesa se envió un navío de guerra: el Aube.
Pero, poco antes, el 29 de enero, el capitán de la Marina de su Graciosa Majestad la Reina Victoria, William Hobson había llegado a bordo del Tory a Bay of Islands, en la Isla del Norte, procedente de Plymouth, Devon. El 6 de febrero se firmaba con todos los jefes de los clanes y tribus maoríes el Tratado de Waitangi por el que Nueva Zelanda, en su totalidad, se convertía de facto en parte integrante de la corona inglesa. En Mayo, Hobson proclamó la soberanía británica sobre la Isla del Sur en virtud de los descubrimientos de Cook y de las firmas de los jefes de la isla meridional añadidas al Tratado, incluidas las de los jefes Iwikau y Tikao procedentes del área de Banks.
El 19 de agosto desembarcaban los primeros colonos franceses en Akaroa. Tarde. Un poco tarde. Aun así, a pesar de someterse a la soberanía británica, decidieron asentarse en la bahía, en lo que actualmente es Akaroa y justo enfrente, hoy, French Town. Las familias germanas se establecieron un poco más al norte, en Takamatua, hasta 1915 conocida como German Bay.
En 1849 la compañía Nanto-Bordelesa fue liquidada y sus activos restantes vendidos a la New Zealand Company.
En Akaroa todavía quedan edificios levantados entonces, que hoy forman parte de un patrimonio histórico apreciado por sus habitantes. Es una especie de signo de distinción. En 1940, cerca de la playa, se erigió un pequeño memorial para recordar el primer centenario del desembarco de los colonos franceses. Una segunda lápida conmemorativa fue inaugurada en abril de 1991 por el entonces Primer Ministro francés Michel Rocard. Ahí mismo ondea permanentemente una bandera francesa. No afirma soberanía sino que traslada un petit morceau de pasado al presente.
Personalmente no dejo de pensar en que el apellido del principal inductor de los hechos no es más que una broma del destino. ¡Un francés llamado Langlois, l’anglois, el inglés!!
© J.L.Nicolas