Impresiones de Normandía
Algo debe tener la luz en Normandía, algo debe transmitir su cielo o algo deben reflejar sus aguas. Ese algo atrajo a un puñado de retratistas y paisajistas a finales del ochocientos, en plena efervescencia del Art Nouveau y de un turismo que arraigaba entre las familias parisinas acomodadas. Algo debió causarles una profunda impresión.
Entre Le Havre y Trouville anduvo un pintor holandés, Johan Barthold Jongkind, quien se aficionó en tomar al aire libre notas y bocetos para sus paisajes que posteriormente finalizaba en el estudio. Jongkind trabó amistad en la costa normanda con otros jóvenes pintores, Eugène Boudin y Claude Monet. Años más tarde Monet diría de Jongkind: c’est a lui que je dois l’education définitive de mon oeil. (Es a él a quien debo la educación definitiva de mi ojo). Compartieron unos ciertos intereses conceptuales: la atracción por la luz y la evolución de sus matices, el trabajo en exteriores y una pasión casi fotográfica por la instantánea.
Boudin había nacido en Honfleur, un pintoresco puerto pesquero de la costa de Calvados en la desembocadura del Sena que ya empezaba a atraer a un incipiente turismo proveniente de la capital francesa. En Le Havre Boudin conoció a algunos artistas de la región como Jean-François Millet, originario de Gréville, junto a Cherburgo, quienes le animaron a desarrollar su afición. Admirador de los paisajes marítimos se desplazó en ocasiones por toda la costa septentrional francesa entre Bretaña y Picardía, aunque lógicamente, trabajara con una mayor asiduidad en Normandía. En 1857 conoció a Claude Monet con quien, en el inicio de su profesión, trabajó algunos meses conjuntamente. Una acuarela de Boudin de 1867, A la ferme de Saint-Simeon, retrata sentados en una mesa a cuatro artistas: Jongkind, Van Marken, Monet y Amédée Achard. Precisamente por sus temáticas y la resolución de estas, Boudin es considerado un pre-impresionista, aunque él nunca se definiera como tal. Son numerosas las obras que realizó en su población natal y en las aledañas con temas recurrentes como el faro, el puerto o las playas de Étretat con sus acantilados. Honfleur le acabaría honrando con un museo.
Claude Monet también dedicó algunos lienzos a la abrupta Côte d’Albâtre, costa de Alabastro, en el mismo Étretat retrató en condiciones climatológicas diversas los acantilados y las abruptas formas de la costa. Otros artistas les siguieron, Pissarro plasmó sus marinas en el puerto de Dieppe, Sisley, en Port Marly realizó repetidas tomas de un único sujeto, como el mismo Monet hizo con la catedral de Ruan, que retrató en una treintena de lienzos entre 1892 y 1893 tratando de capturar las sutilezas de una iluminación evanescente, efímera.
A medio camino de estas costas normandas y la gran ciudad, Paris, Claude Monet, ya reconocido, escogió un tranquilo rincón del Sena para vivir junto a él: Giverny. Estableció su estudio en la casa, allí donde hoy los visitantes compran recuerdos y pagan la entrada de la visita, y construyó un jardín con una extraordinaria variedad floral que sirvió de modelo para sus obras, aquí florecen narcisos, pensamientos y tulipanes junto a lirios, amapolas y azucenas. También hay dalias y capuchinas, cerezos y rosas trepadoras. El Jardin d’Eau, es la zona del estanque con sus nenúfares y el puente japonés. Aquí, Monet, profundizó en los estudios de los reflejos y descubrió tres objetos de interés en ellos: la superficie que refleja y lo que contiene en ella, los fondos que están más allá de la superficie y el propio reflejo y lo que este proyecta, a veces elementos que permanecen fuera del marco del propio encuadre, todo ello matizado sutilmente en la luminosidad de las escenas, en el hechizo de los espejos.
© J.L.Nicolas
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