La Ciudad de los Escritores
Edimburgo, la capital escocesa, parece haber ejercido algún magnetismo especial con la gente de letras. Numerosos autores han nacido o residido en la ciudad, hasta el punto de que hay diversos monumentos y un museo dedicado a ellos.
Cerca de Holyrood, en la ladera del antiguo cráter y bajo el aliento de la presencia de Arthur’s Seat, la Silla de Arturo, Peter Pan se reunía con los chicos descarriados: Tootles, Nibs, Slightly, Curly y los gemelos. Wendy no sabía nada, nunca invitaban a la niñata, a pesar de que a veces Pan lo hubiera deseado. Otras veces subían por el paseo que asciende desde Quenn’s drive para liar tranquilamente unos canutos en lugar de hacerlo bajo la mirada desafiante de los hoodies, encapuchados, pintados en los murales de Cowgate. Entonces aparecía, rauda como en una fugaz visión, Tinker Bell, Campanilla, diminuta y con sus alas de libélula huérfana en movimiento, agitándose impertérrita ante sus ojos. Quería unirse a la fiesta. Si la cosa se desmadraba y la movida iba a más siempre podían encontrarse con Sick Boy, Spud Murphy o Franco Begbie para pillar unas posturas más o unas anfetas de las buenas, aquellas que solo podían conseguirse con receta en una farmacia. Probablemente podrían encontrarlos trainspotting, mirando pasar los trenes, en las cercanías de la estación de Waverley.
Por la mañana Edward Waverley, quien no era la estación, podría encontrarse con Ivanhoe, Rob Roy, incluso sin apurar demasiado con Sherlock Holmes o a Frankenstein paseando sin rumbo fijo por el césped del cementerio de Old Calton, hasta que decidiera dirigir sus pasos para conseguir unas monstruosas pintas de Caledonian en Toolbooth Tavern con Ralph Rover y Jack Martin, con el señor de Ballantrae o con el doctor Jeckyll sin mister Hyde mientras al mismísimo Harry Potter se le denegaría la entrada. Sin ser el producto de un adverso recorrido psicodélico, todos estos personajes tienen un lugar común, el que compartieron en algún momento de sus vidas sus creadores: Edimburgo. Probablemente pocas ciudades en el mundo habrán llegado a concentrar tal numero de visitas o residencias de gentes apegadas a transmitir sus ideas plasmándolas sobre un papel. Algo les debe atraer, quizás el olor a tinta fresca, quizás el sabor de sus espectaculares ales o el de los destilados del país.
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© J.L.Nicolas