La Isla de Madeira
Madeira es una isla extremadamente montañosa, con montes y cimas que ascienden hasta alcanzar casi los dos mil metros sobre el nivel del mar y que luego se dejan caer abruptamente sobre valles, gargantas y acantilados. Lo es hasta el punto que se podría decir que su aeropuerto está sobre el mar porque no había otro sitio donde construirlo. No es completamente cierto pero tampoco falta a la verdad.
Y si hay alguna cosa característica, exclusiva de Madeira, incluso más que el vino, son las levadas, de llevar en portugués. Son las acequias y canalizaciones de agua que la distribuyen por toda la isla, De hecho, genéricamente, la trasladan de la mitad septentrional, más húmeda, al detener las masa de nubes en sus alturas, al sur, más soleado pero más seco. Las levadas son seguidas en paralelo por los caminos que sirven para su mantenimiento y que hoy en día se han convertido en atractivas rutas de senderismo, en algunos casos extremos sobrevuelan paralelas a escarpados precipicios o atraviesan túneles que recortan el trayecto y posibilitan el traslado del agua. Unos dos mil quilómetros recorren la isla en casi todas direcciones.
Las carreteras que parten de la capital, Funchal, sea cual sea la dirección que tomen suelen ser tortuosas. Hacia el este, la vieja capitanía oriental, siguiendo la autopista hacia el aeropuerto hay una réplica del Corcovado de Río de Janeiro. En realidad este, el de Gurajao, es anterior, fue erigido cuatro años antes. Antes de llegar a la pista está Santa Cruz que es una de las poblaciones más antiguas. Hoy tiene un largo paseo marítimo que sigue la playa de grava y atraviesa su pequeño puerto. Desde ahí se aprecian las maniobras de aproximación que deben hacer los aviones para tomar tierra a escasa distancia. Santa Cruz tiene un atractivo núcleo urbano. Limitado, hay un par de tranquilas plazas y unos pocos edificios históricos en su agradable centro. La iglesia manuelina de 1533 y un blanqueado ayuntamiento.
Pasada la pista Machico es la segunda ciudad de la isla, fue punto de llegada de los portugueses tras el descubrimiento de Porto Santo, y aquí se estableció la sede de la capitanía oriental, una de las tres en que se dividió administrativamente el archipiélago. Machico se halla al fondo de una rambla que baja de las montañas. Ahí, en el fondo, junto a un agradable paseo cubierto por la sombra de unos plátanos, aun se levanta el Forte de Nossa Senhora do Amparo, que amparaba a la población de posibles ataques de filibusteros.
Más al este Caniçal fue una vez puerto ballenero del que queda el recuerdo en un museo. Siguiendo hacia el extremo de la isla está Prainha, la única playa de arena natural y más allá solo queda la Punta de São Lourenço y un camino que lleva a la Baía de Abra. Justo enfrente se ve el Ilhéu de Agostinho y tras él, el del Farol, más pequeño aun, batido por el viento y las olas del Atlántico.
La costa noreste está salpicada de pequeños encantadores pueblos como Porto da Cruz, donde aun funciona uno de los dos molinos de azúcar que quedan en la isla. Lo gestiona la Companhia dos Engenhos do Norte que produce melaza para destilar aguardiente. Allí mismo se puede adquirir y también ofrecen, en copas para degustarla la famosa Poncha, un combinado de aguardiente de caña, miel y zumo de limón o alguna fruta. Dicen que cura el resfriado.
En Funchal espera de nuevo una pegajosa compañía, las lapas graelhadas con mantequilla y ajo. Imprescindibles.
© J.L.Nicolas
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