La Medina de Túnez
Sus apretujados callejones combinados con la amplitud de los patios de sus mezquitas y madrazas, sus minaretes otomanos y sus antiguos y numerosos zocos le valieron, en 1979, a la medina de la ciudad de Túnez entrar a formar parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
Tynes fue una vez un lugar tan insignificante que no merecía siquiera ser llamado aldea. Aquí acampó el general romano Regulus durante su campaña a lo largo de la Primera Guerra Púnica contra la ciudad de Cartago. Tanto cartagineses como romanos prefirieron asentarse sobre la colina de Byrsa: Cartago. Fueron los árabes quienes en el siglo VII, dirigidos por Hassan Ibn Nooman, escogieron la llanura de Tynes junto al lago salado de Sebkhet Sejumi, al que abrieron un canal para unirlo al Mediterráneo. Tras arrebatar Cartago a los bizantinos empezaron a construir la nueva ciudad de Túnez, que los hafsíes convirtieron en su capital en el siglo XIII, los turcos la fortificaron dotándola de murallas y levantaron numerosas mezquitas y palacios y, los franceses, durante los años del protectorado, entre 1881 y 1956, desecaron una parte del las marismas para ampliar extramuros la ciudad, edificando un ensanche que es conocido como Ville Nouvelle.
El ensanche y la medina se unen en la place de la Victoire, un amplio espacio donde se abre Bab el Bahar, la puerta del mar. El nombre se debe a que el mar, las aguas del lago salado llegaban prácticamente hasta las murallas. Bab el Bahar, reconstruida por los franceses, había sido el acceso a la medina.
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© J.L.Nicolas