La Perla de Sefarad
La conquista musulmana de la península ibérica tuvo un sólido apoyo en la comunidad hebrea que creyó que sería mejor considerada que bajo el dominio visigodo. No siempre fue así, aunque vivió una edad dorada en tiempos del Califato. A la llegada de la intolerancia almorávide y almohade siguieron las persecuciones cristianas que acabarían en el Edicto de Granada, la expulsión de 1492.
Durante esa época dorada en la que brillaron las ciencias, la filosofía y la literatura hubo una ciudad singular. Fue conocida como Elissana por los judíos, Al Yussana por los musulmanes y es Lucena en la actualidad. La que fue conocida como la Perla de Sefarad tuvo la peculiaridad de que en ella los hebreos no constituyeron una minoría segregada como en el resto de poblaciones y ciudades donde habitaron. Aquí fueron mayoría. El geógrafo Abu Abd Allah Muhammad Al Idrisí, quien la visitó en 1142 la describió así: Entre el Sur y el Oeste está Lucena, la ciudad de los judíos. Literalmente lo mismo que afirmaría el rabino nacido en Navarra Menahem ben Aaron ben Zerah: Toda la ciudad era de judíos.
La proclamación del Califato en el año 929 por Abderramán III favoreció el esplendor de los judíos en Al Ándalus. Entre otras razones gracias a la presencia en su gobierno de un personaje extraordinario, Abu Yusuf Hasday ben Ishaq ibn Saprut. Nacido en 910 en el ámbito de una acomodada familia jienense el joven Hasday inició estudios de medicina y gramática que completó en la capital del Califato, Córdoba, por entonces la ciudad más deslumbrante de Occidente. Gracias a sus conocimientos entró en la corte, primero como médico. En esa calidad y con sus conocimientos de lenguas tradujo junto a un erudito bizantino el Libro de Dioscórides, un gran tratado de farmacología. Integrado en el entorno del Califa fue nombrado Jefe de Aduanas y Jefe de Protocolo al tiempo que Nasí o Príncipe de las comunidades judías. Como diplomático participó en tratados con Constantinopla, el Sacro Imperio Germánico, con el Reino de Navarra y con los Condes de Barcelona. Como Nasí colaboró en la creación de la escuela talmúdica de Córdoba, la cual, con la decadencia de los centros académicos de Oriente se convirtió a partir del año 948 en el centro de la cultura hebrea en todos los ámbitos.
Tras la persecución de 1013 muchos judíos cordobeses se trasladaron a Lucena. Al Yussana tuvo sus propias ordenanzas que se basaban en las leyes rabínicas y su escuela brilló particularmente a partir de 1010 durante la dominación del Reino Zirí de Granada, la taifa, cuando gozó de su máximo apogeo social y cultural bajo el Nasí Samuel Ibn Negrella. La llegada de los almorávides supuso un fuerte aumento de la tributación a cambio de mantener los privilegios. En el siglo XIII, tras la clausura de la Academia de Estudios Talmúdicos por los almohades el poeta Abraham Ibn Ezra escribiría: ¡Ay! Cayó sobre Sefarad el mal de los cielos, un lamento se cierne sobre Occidente.
La moderna Lucena conserva en sus afueras la necrópolis judía, la mayor que se ha excavado en la península y en la que se han hallado 346 enterramientos. Las dos mejores lápidas se exhiben en el Museo Arqueológico y Etnológico, en el interior del Castillo del Moral, una fortaleza del siglo XI. También existe una cierta convicción de que las iglesias de San Mateo y de Santiago se construyeron sobre los lugares que anteriormente ocuparon las sinagogas, o de que sus materiales fueron empleados para construir los templos cristianos.
A pocos quilómetros de Sevilla, Utrera tuvo también una pequeña barriada judía que estuvo situada junto a la plaza del Altozano y cuyo núcleo era la vía que ahora se conoce como callejón del Niño Perdido, un pasaje de paredes encaladas de las que cuelgan macetas con flores junto a las ventanas enrejadas. Se accede atravesando un arco de piedra sobre el que figuran esculpidas una cruz y una concha que remiten quizás a una vía jacobea.
En Málaga se ha restaurado una torre mudéjar del siglo XVII. Ni mucho menos tiene relación con la antigua judería salvo en que se ha convertido en un centro de recepción de visitantes llamado Ben Gabirol, el filósofo y poeta autóctono, junto a una nueva plaza, a la que se ha llamado plaza de la Judería, que conecta las calles Granada y Alcazabilla. En realidad de esta no queda más que el trazado de algunas callejuelas entre la calle de San Agustín y el Teatro Romano. Son las calles del Postigo de San Agustín, Marques de Moya y Pedro de Toledo, alrededor del Museo Picasso.
El fin de la presencia de los judíos en la península se sentenció el 31 de marzo de 1492 con la firma por parte de los Reyes Católicos del texto redactado por fray Tomás de Torquemada. Con la ejecución del llamado Edicto de Granada se ordenaba su expulsión de todos los territorios de las coronas de Castilla y Aragón. La otra opción a considerar era la conversión al cristianismo pero la falta de confianza generaría nuevas persecuciones y un impulso de la institución inquisitorial. Aún en fecha tan tardía como el 25 de febrero de 1767 se publicaba en Sevilla un edicto de la Inquisición titulado Contra la Ley de Moysen, y la Secta de Mahoma, y la Secta de Lutero, y la Secta de los Alumbrados, y libros reprobados y prohibidos por los Censores y Catálogos de el Santo Oficio de la Inquisición, que venga a noticia de todos.
© J.L.Nicolas
Leer más en edición impresa o Ebook