La Via Domitia
Recorriendo la autopista A9 que atraviesa el Languedoc, de cuando en cuando un cartel recuerda que circulamos sobre la antigua Vía Domitia, la calzada romana que unió la provincia de Tarraco en Hispania con la Galia Cisalpina, desde los Pirineos hasta los Alpes.
Un trayecto que los griegos atribuyeron a su héroe Heracles, quien habiendo cumplido el décimo de sus doce trabajos, el robo del ganado del rey Gerión, regresó por este camino hacia su país. Se trata del mismo itinerario que llevó a Aníbal y sus elefantes a cruzar los Alpes antes de adentrarse en la península italiana durante la Segunda Guerra Púnica.
Tras la conquista de las Galias, Roma se apresuró a mejorar sus vías de comunicación terrestres aprovechando algunos tramos de la antigua vía Heráclea, construyendo nuevas calzadas, atajando el recorrido mediante puentes y pavimentando el acceso a las nuevas colonias. Las calzadas fueron vitales para el Imperio, por ellas se desplazaban con facilidad y rapidez sus ejércitos y, por supuesto, desarrollaron el comercio. Roma llegó a disponer de más de cien mil quilómetros de vías de dominio público, la construcción de las principales fue promovida por ciudadanos destacados. En el caso de la Vía Domitia esta debe su nombre a Cneus Domitius Ahenobarbus, el general romano que en el año 118 AC auspició la obra. Sus victorias en tierras galas le valieron un desfile a lomos de elefante, un puesto en el senado romano y fundar dos nuevas ciudades que serian conocidas como Colonia Narbo Martius, Narbona y Forum Domitii, hoy Montbazin.
A lo largo de la vía se establecieron paradas intermedias para facilitar el desplazamiento y el descanso de los viajeros. Las mansio no distaban entre ellas más del camino que se podía recorrer a pie en un día, alrededor de una treintena de quilómetros. Algunas de ellas acabarían formando con el tiempo importantes núcleos urbanos. Su ubicación ya fue documentada en tiempos de Augusto. Los cuatro tazones cilíndricos de Vicarello, descubiertos en 1852 allí donde estuvo Aquae Apollinares, tienen grabados en su superficie la lista con los nombres y las distancias en millas de cada estación que existió entre Roma y Cádiz. La tabla de Peutinger es un atlas coloreado con todas las rutas del Imperio tal como figuraban enumeradas en el Itinerario Antonino, elaborado en tiempos de Diocleciano, a finales del siglo III.
La Vía Domitia atravesaba los Pirineos por el puerto de Panissars, Summum Pyrenaeum, que hoy, en desuso, queda al oeste del actual paso fronterizo de La Junquera. Una de las primeras etapas mencionadas en el Itinerario es el castillo de Ad Salsule, Salses. Frente al castillo construido por los Reyes Católicos en 1497 aun se pueden ver los restos de la antigua fortaleza de origen romano, básicamente los cimientos de la construcción, de planta cuadrada, y los de alguna de las torres. Pronto, la vía llegaba a la ciudad fundada por Cneus Domitius, Narbona, atravesándola. Hoy, en la place de l’Hôtel de Ville, la plaza del ayuntamiento, una cata en la acera muestra en el subsuelo el pavimento de la calzada.
Dejando atrás Narbo y Baeterrae, Béziers, la vía cruzaba el rio Herault, que hoy da nombre al departamento, sobre el puente que se halla en las afueras de Saint Thibéry. Reconstruido en los años 1536 y 1678, finalmente una crecida se llevó una buena parte en el siglo XIX. De sus nueve arcos originales no queda ni la mitad. Antes de resbalar bajo sus ojos, las aguas del Hérault pasan embravecidas tras atravesar un molino del siglo XIII que aprovechó parte de una torre de defensa romana.
Rodando sobre la nueva Vía Domitia, ahora llamada A9, y una vez pasado Montpellier, la salida de Lunel lleva a la antigua Ambrussum. Sobre una colina junto al rio Vidourle la tribu celta de los Volques había construido un oppidum, una población fortificada. Tras la conquista romana Ambrussum adoptó formulas arquitectónicas como la construcción de un forum con una basílica civil, tuvo calles flanqueadas por tiendas y unas murallas defendidas por unas veinticinco torres accesible por dos puertas. Donde estuvo la puerta meridional aun se observa la base de la torre semicircular que la protegía, y como en la septentrional, largos tramos de calzada pavimentada en los que se aprecian perfectamente el desgaste causado por las rodaduras de los carromatos que circularon. En la parte baja de Ambrussum, junto al rio, se construyó la mansio que ofrecía reposo a los viajeros. De ella quedan los restos de lo que fueron albergues y caballerizas, baños, una forja y un templo. Las crecidas del rio que inundaron la zona llegaron a proteger con sus lodos los vestigios de la mansio del modo, obviamente menos violento, en que las cenizas del Vesubio preservaron las ruinas de Pompeya. Un poco más allá el puente que cruzaba el Vidourle solo conserva un arco y poco más de los once que llevaban a la otra orilla.
La siguiente etapa de importancia era la Colonia Augusta Nemasus, la actual ciudad de Nîmes. Como Ambrussum y otras poblaciones tuvo su origen en un asentamiento celta previo. Aquí los Volcas Arecómicos rendían culto a Nemausus, un espíritu que moraba en una fuente sagrada. La población vivía sobre el vecino Monte Cavalier protegidos al abrigo de las murallas del oppidum y de la vigilancia que ejercían sobre el territorio desde una torre de observación. Con la llegada de los romanos la población se trasladó al llano. La fuente sagrada se adaptó y mezcló con los nuevos dioses, convirtiéndose en un augusteum, en el cual, además de al emperador se continuaban venerando Nemausus y a las ninfas de las aguas. El santuario fue modificado añadiendo nuevos espacios de culto de los que tan solo se ha conservado el conocido como Templo de Diana que, posiblemente, tuvo funciones de biblioteca en el marco del complejo religioso. En el año 991 lo ocuparon los monjes benedictinos, convirtiéndolo en el convento de Saint Saveur, que no abandonarían hasta 1562. Dos años antes Jean Poldo d’Abenas había realizado un grabado del edificio, en el que se constata que aun mantenía casi completo el tejado. Los jardines que existen en la actualidad fueron construidos en el siglo XVIII y a pesar de la obvia diferencia de estilos preservaron un cierto aire del santuario de las ninfas. Por lo menos el agua continúa conservando el protagonismo en el espacio.
La Vía Domitia aun prosigue su derrotero pasando por Cavaillon, Notre Dame de Lumieres, Apt y otras paradas antes de llegar al puerto de Montgenèvre, a 1854 metros sobre el nivel del mar, aquel que franquearon los elefantes de Aníbal.
© J.L.Nicolas
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