Los Azulejos de la Beata
Valldemosa, situada en la mallorquina sierra de Tramontana, es principalmente conocida por su Real Cartuja. Jaime II de Mallorca ordenó la construcción de un palacio para su hijo Sancho, en el siglo XIII. En 1399 Martín I el Humano lo cedió a los frailes cartujanos que lo habitaron hasta la desamortización de Mendizábal en 1835. Las visitas a la Cartuja se concentran en la celda que ocuparon Frédéric Chopin y su amante, la escritora francesa George Sand.
Sin embargo, deambulando entre las subidas y bajadas de sus estrechas y empedradas callejuelas, al paseante sagaz no se le escapara el detalle de las baldosas que adornan cada portal. Yendo de la plaza de la Cartuja por las calles Rosa, Francisco Frau o de las Ruecas, no hay prácticamente vivienda ni comercio que no esté decorado por una de ellas. En los azulejos se advoca la protección de la beata local y única santa mallorquina, Caterina Thomàs.
Caterina Thomàs, o Caterina Tomàs o Catalina Thomàs, hija de Jaime Thomàs y Marquesina Gallard, nació el primero de mayo de 1531. Pronto quedó huérfana y fue enviada a vivir con sus tíos. Cuando cumplió los veinte años ingresó en la Orden de las Canonesas Regulares de San Agustín en el convento de Santa María Magdalena de Palma. Durante su estancia, es decir, a lo largo del resto de su vida, la beateta escribió sus místicas Cartas Espirituales. Sus arrebatos de éxtasis se volvieron con el tiempo, cada vez más frecuentes, algunos de ellos acompañados de profecías, entre ellas la del día de su muerte, el 5 de abril de 1574, que predijo con diez años de antelación. Desde entonces sus restos permanecen en la iglesia gótica que pertenece al mismo convento al que había ingresado. La calle ha cambiado de nombre, ahora ostenta el de la beata. Al fondo de la nave, en una capilla lateral próxima al coro permanece en la penumbra la urna de cristal con su cuerpo incorrupto. Dos querubines dorados la veneran sobre la cubierta. En 1792, dos siglos después de su fallecimiento, el Papa Pio VI concluyó el proceso de beatificación. Otro Papa Pio, el XI, la canonizó en 1930.
En Valldemosa, su casa natal, en el número 5 de la calle de la Rectoría, se ha convertido en una capilla dedicada a su imagen. A los pies de esta, en una urna, se conservan algunas reliquias de la santa, que durante las fiestas que se celebran en su honor cada 28 de julio, las Fiestas de la Beata, se pasean en procesión por las calles de la localidad. La casa natal fue restaurada en 1955, en el veinticincoavo aniversario de su canonización. En enero de 2011, el Diario de Mallorca y el Ultima Hora se hacían eco del intento de robo de dichas reliquias: “Los malhechores no consiguieron sustraerlas, aunque causaron algunos daños en el cristal. Escenario de un posible intento de robo, aún no esclarecido”. Los hechos fueron denunciados a la Guardia Civil y a la Policía Local. Diez años antes se había producido un suceso similar.
Retornando a los azulejos, ya en el siglo XVI el cartujo Sebastià Oller recogía la devoción existente a las imágenes de la beata: “en lo present Regne moltes persones axí doctes com indoctores eclesiàstiques, religioses i seculars gusten i s’aconsolen de tenir en llurs cases i oratoris figures pintades en quadres i de bulto de la vida de Sor Thomasa”. (“En el presente Reino muchas personas tanto doctas como no doctas, eclesiásticas, religiosas y seglares, gustan y se consuelan teniendo en sus casas y oratorios figuras pintadas en cuadros de la vida de Sor Tomasa”). En 1962 una exposición de azulejos con representaciones de momentos de la vida de la beata acabó de popularizar las baldosas en Valldemossa, la mayoría de ellas con la inscripción: “Santa Catalina Thomàs pregau per nosaltres”. En otras variantes se lee: “Santa Verge Catalina que per sempre al cel regnau, ompliu de fe i de pau la vila Valldemossina”.
La iconografía la recoge a menudo con San Antonio Abad tomándola de la mano para llevarla de regreso al convento en un episodio en el que la beata se perdió. Otras escenas recurrentes la representan en posición orante pasando cuentas de un rosario o rodeada de ángeles. Con un puñado de azúcar en una mano y un pajarillo en la otra, como alegoría a dos de sus milagros. No lejos de donde nació, frente a la casa rectoral, en un rincón de la placeta, hay una escultura en bronce de la beata, ataviada de campesina, con los ojos cerrados y las manos recogidas la una en la otra y una fuente a sus pies.
Ni el antiguo Palacio del Rey Sancho ni la misma oficina de Correos carecen de los azulejos de la beata.
© J.L.Nicolas
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