Los Palacios de Seúl
Un tigre sentado fuma parsimoniosamente una larga pipa. Me observa como si siempre hubiera estado ahí. Dos garzas alzan el vuelo hacia el sol poniente atravesando las nubes. Quizás sean las nubes de humo que exhala el tigre. No me pregunto quienes son ni que hacen en mi sueño. Despierto en algún hotel de Namsan-Dong. Despierto en Seúl.
Sobradamente renacida de las cenizas de la Guerra de Corea, Seúl es una ciudad superlativa. Contando con su enorme área metropolitana, es la segunda únicamente tras la de Tokio. Veinticuatro millones de habitantes se aglomeran en ella aunque solamente once pertenecen propiamente al municipio. Todos ellos generan un PIB cercano a los 800 millones de dólares, lo que los sitúa en el cuarto lugar tras, de nuevo, Tokio, Nueva York y Los Ángeles. 1.768.064.067 era el número de reproducciones en You Tube que acumulaba en el momento de escribir estas líneas el rapero más popular de la ciudad, Psy, con su Gangnam Style.
Pero todas esas cifras descomunales parecen desvanecerse, no en el elitista barrio de Gangnam, sino en calles como Insadong, con sus anticuarios, casas de té y pequeños restaurantes, que parecen retenidas en días que ya solamente existen en el recuerdo de algunos ancianos. O en la que fue la puerta meridional de la ciudad, Namdaemun, una de las dos que perviven junto a Dongdaemun. Namdaemun, hoy en el centro de una plaza rodeada de un incesante trafico rodado fue la gran puerta del sur, sobrevivió a la demolición de las murallas, a la construcción del tranvía e incluso a la guerra con Corea del Norte, sin embargo no pudo con la rabia desbocada de un vecino que, en 2008, causó un incendio para protestar contra el gobierno.
La proximidad de la frontera, a una cincuentena de quilómetros mantiene viva la tensión que desata más o menos periódicamente el gobierno de Pyongyang con sus órdagos balísticos y que suelen ser respondidos en ocasiones con manifestaciones en la ciudad.
© J.L.Nicolas