Procida, Italia
Es la más pequeña de las islas del golfo de Nápoles, no llega a los cuatro quilómetros cuadrados, y se encuentra a medio camino entre la ciudad y la isla de Ischia. La tercera es la célebre Capri, más al sur. Según Plinio y Estrabón, Procida fue separada de tierra firme a causa de un gran terremoto que tuvo lugar durante la erupción del Monte Epomeo, en Ischia.
Lo primero que el viajero conoce de Procida es su Marina Grande, allí donde se entremezclan las terminales de los transbordadores con las terrazas de los restaurantes, las pescaderías y otros comercios. El ajetreo se incrementa con la llegada o la partida de las embarcaciones, con los microbuses, ciclomotores y bicicletas en un incesante tráfico de humanidades que arrastran frenéticamente sus maletas. Un cartel en un bar señala las direcciones que separan el mundo cruel de la expectativa de tomar una cerveza. La Marina Grande prosigue, más calmada, hacia el este, donde se conocía como la Marina di Sancio Cattolico o de Sènt’Cò. Son unos setecientos metros de paseo marítimo que expone las eclécticas fachadas de las viviendas de vivos colores y algunos restaurantes más hacia el puerto deportivo. Al fondo, tras el espigón, está la playa Lingua, a la sombra de las murallas de Terra Fermata, la vieja ciudadela. El espacio que se abre en la plaza de la Marina Grande separa ambos puertos y allí emerge la iglesia de Maria Santíssima della Pietà, un oratorio que fue fundado por el Monte Pío de los pescadores a principios del siglo XVII. En la misma plaza arranca la vía Vittorio Emanuele, la cual, prolongándose en la vía Giovanni di Procida recorre longitudinalmente toda la isla, completamente flanqueada por casas, antiguos palacios y muros que protegen de miradas indiscretas. A lo largo de la estrecha calle, como en la mayoría de las de la isla, los vehículos, ya generalmente pequeños, circulan con los retrovisores replegados e incluso más de uno ya ha perdido alguno de ellos, los autobuses son, por inevitables razones de espacio, microbuses. A lo largo del camino se encuentran diversos antiguos palacios del siglo XVII y otras iglesias de la misma época: el Palazzo Lubrano di Vavaria, que fue la primera sede del Regio Istituto Nautico, la iglesia de Sant’Antonio Abate, el Palazzo Scotti, la iglesia de San Tommaso d’Aquino.
Aun en el principio de Vittorio Emanuele, frente a la iglesia de San Leonardo se abre, hacia la izquierda, una calle que asciende, es la vía Príncipe Umberto. En ella hay viejas entradas de viviendas a las que se accede mediante una escalera de piedra, en algunas se adivina, al fondo, alguna virgen protegida en una capillita de vidrio. Poco antes de concluir la cuesta se alcanza la piazza dei Martiri, que antiguamente se llamó, como el mismo barrio, Sèmmarèzio, pero también fue conocida simplemente como Spassygio, zona de paso. Aquí se construyeron las primeras viviendas en el exterior de la ciudadela. Sigue siendo una zona elevada con unas esplendidas vistas sobre la Marina Corricella, una de las imágenes más representativas de Procida. En la plaza, la iglesia de Santa Maria delle Grazie Incoronata, del siglo XVI, destaca por su gran cúpula con ventanales trilobulados y rematada por otra cúpula menor. El campanario tiene un reloj y, por encima, un pequeño par de campanas que repican cada cuarto de hora. Enfrente se encuentra, con su inconfundible y ajada fachada pintada de color granate y sus numerosos balcones cerrados por verdes contraventanas, el Palazzo Mignano de Iorio. En la misma plaza está la lápida que recuerda los nombres de los más destacados mártires de 1799, dieciséis fueron ahorcados ahí mismo, por su defensa de la República Partenopea o Napolitana, producto de la exportación de la Revolución Francesa a Italia. Al lado se erige la estatua dedicada a Antonio Scialoia, economista y político del Risorgimento italiano, quien falleció en la isla en 1877. Entre las estrechas calles de Sèmmarèzio se encuentra el Casale Vascello, construido en el siglo XVI es un típico ejemplo de la arquitectura local formado por un grupo de viviendas adosadas integrado en un recinto con un patio común.
Subiendo el tramo de cuesta que continua más allá de la piazza dei Martiri, se llega a la ciudadela, a la Terra Murata, que se alza a más de noventa metros sobre el nivel del mar. Poco antes hay un buen mirador, decorado con un par de viejos cañones, que mira sobre Corricella, al lado la iglesia de Santa Margherita Nuova, antiguo convento hoy desacralizado. Terra Murata aprovechó el bastión natural que formaba el promontorio para fortificarlo, convirtiéndolo en una autentica ciudadela. Esta tiene una única entrada, el pasadizo cubierto de la Salita Castello. En el interior de este hay una pequeña capilla dedicada a Nostra Signora del Carmelo, donde una tenue luz permite ver un pequeño altar donde hay algunos candelabros, una cruz, dos incensarios colgados y un retrato de la virgen semioculto por la propia luz. Traspasado el umbral, a la izquierda queda el Palazzo dil Cardinale d’Aragona, que fue el antiguo presidio. En la plaza de armas se encuentra el juzgado de paz y, al fondo, el Palazzo d’Avalos, que fue sede de los gobernadores napolitanos. A la derecha de la plaza, la Porta di Mezz’omo lleva a la zona más elevada de Terra Murata, que es la parte habitada; la piazza Guarracino concentra las viviendas con escaleras exteriores que llevan a los primeros pisos, ropa tendida en los balcones y hornacinas con la figura del arcángel. En este pequeño laberinto se levanta la Abazzia di San Michele Arcangelo, la construcción religiosa más antigua de la isla; se han encontrado vestigios de la primera fundación benedictina del siglo XI, destruida y reconstruida en numerosas ocasiones. La gran cúpula circular domina el conjunto, la fachada tiene una amplia puerta de arco con un frontón triangular por encima y un estilizado campanario. La abadía acoge actualmente un pequeño museo y una biblioteca con más de ocho mil volúmenes. En el interior de la iglesia se puede admirar un óleo de Nicola Russo de finales del siglo XVII, es la Aparición de San Miguel, en la que el arcángel rechaza a los piratas berberiscos que atacan la isla. A unos pasos, un mirador proporciona una buena panorámica del golfo de Nápoles, con el Monte Procida, el Cabo Miseno y el Vesubio al fondo.
De nuevo en la piazza dei Martiri, descendiendo por la vía San Rocco se llega pronto a la iglesia homónima. Es un pequeño y desvencijado templo frente a la bajada que lleva hacia Corricella, la Discesa Graziella. No hay vehículos en la Marina Corricella, pues solo se puede acceder por la bajada mencionada, pero que acaba en una escalinata, o por otra interminable sucesión de peldaños en el extremo opuesto del puerto. Dicen que el nombre viene del griego, de chora kalé, o villa bonita; y el conjunto lo es, formado como está por una sucesión de edificios que parecen montarse verticalmente unos sobre otros, con la variedad de colores y la cúpula de la Incoronata por encima de todo el conjunto. La Marina Corricella es todavía un barrio de pescadores, dejan secar al sol sus redes sobre el muelle y allí, tras los dos rompeolas, amarran las embarcaciones. La arquitectura de sus casas está inspirada en la del norte de África, de Túnez, de Libia, plagada de arcos y escalinatas externas, todas desiguales. Corricella es sin duda alguna el lugar más fotogénico de la isla. Que era un barrio pobre lo atestigua el hecho de que la mayoría de las familias tienen parientes que emigraron a América.
Ascendiendo la pronunciada escalinata meridional se llega a la vía Marcello Scotti que confluye de nuevo en Vittorio Emanuele. Dejando atrás un par de iglesias, San Giacomo y Sant’Antonio Abate, pronto se alcanza la plaza del Olmo, que debe su nombre a la antigua presencia de uno de estos árboles, del cual solo queda el nombre. Este es un pequeño, muy pequeño, núcleo comercial; hay una farmacia, un supermercado, una bodega, una frutería, una floristería, un bar y un estanco. No falta de nada. Tomando la calle de la derecha, vía Flavio Gioia, se acaba llegando a la costa occidental, al belvedere sobre Ciraccio. Tomando la de la izquierda, vía Pizzaco, hay una pronunciada escalinata, acompañada de un canal de desagüe que lleva a la playa de Chaia, siguiendo por la vía se encuentra el belvedere dedicado a Elsa Morante, desde donde hay una buena perspectiva de la Corricella. Más allá, en el extremo, está la punta Pizzaco.
Prosiguiendo hacia el sur de la plaza del Olmo, se llega a otra animada bifurcación, donde, con algunos comercios, están el antiguo Palazzo Russi di Catanzo, también del siglo XVII, y la iglesia de Sant’Antonio de Padova. El brazo izquierdo de la bifurcación lleva hacia el barrio de Centane, donde está el viejo Palazzo Guarracino que hoy acoge un gimnasio. Desde aquí o desde la bifurcación mencionada se llega, finalmente, a la Marina Chiaiolella, donde predominan las embarcaciones de recreo sobre las de pesca. La actividad pesquera se ha visto, mayoritariamente, transformada en turística. Los restaurantes se abocan al puerto mientras los bares y las hamacas se extienden sobre el lido. Encima de la colina se alza la vieja iglesia fortificada de los dominicos, es Santa Margherita Vecchia, la cual fue abandonada a causa de los ataques de los piratas berberiscos y trasladada a Santa Margherita Nuova, junto a Terra Murata. Al sur del lido un largo puente une Procida con Vivara, un islote que no ocupa ni medio quilómetro cuadrado y que fue parte de un cráter volcánico, uno de los cinco que formaron la isla. Vivara es actualmente un espacio protegido como Riserva Naturalle dello Stato.
A pesar de sus dimensiones, Procida ha generado y ha inspirado abundante literatura. En 1852 Alphonse de Lamartine publicó Graziella, un relato de un viaje de juventud al sur de Italia donde el protagonista conoce a una adolescente de la isla de quien se enamora. En el siglo XX, la escritora romana Elsa Morante, escribió su segunda novela, L’Isola di Arturo, tomando la isla como escenario en el que un joven pasa toda su adolescencia. Hoy, en algunos puntos de la isla se han instalado carteles que recuerdan los escenarios de algunos pasajes de la novela: “Di sotto il passaggio a volta della porta, lugubre corridoio affrescato sull’intonaco, dall’alto in basso, di croci di un nero polveroso, si usciva sulla Piazza Centrale della Terra Murata”. (“Bajo el paso abovedado de la puerta, un pasillo lúgubre pintado al fresco en el yeso, de arriba a abajo, con cruces negras polvorientas, daba a la Plaza Central de Terra Murata”.)
En 1994, Procida fue también el escenario del rodaje de algunas escenas de Il Postino, o El cartero de Pablo Neruda, de Michael Radford. El largometraje recrea el exilio del poeta chileno en el sur de Italia durante el año 1952, aunque en realidad estuvo en Nápoles y Capri. La película, interpretada por Massimo Troisi, Philippe Noiret y Maria Grazia Cuccinota, fue rodada en la isla eolia de Salina, en los estudios de Cinecittà, en Roma, y en la Marina Corricella y la playa del Pozzo Vecchio, en Procida.
© J.L.Nicolas