Santorini, sobre el Volcán
En otros tiempos Thera, o Santorini como la llamaron los venecianos, fue conocida como Kallisté, la más hermosa, o como Strongylé, la redonda, ya que tal era la forma que tenía su perímetro. Pero esa condición cambiaría con la extraordinaria erupción que 1600 años antes de nuestra era la asoló y ese hecho explicaría para algunos el mito de la Atlántida.
El cataclismo transformó completamente la faz de la isla, lo que había sido la cima del volcán se convirtió en un extenso cráter anegado por las aguas del Egeo. Es la mayor explosión de origen volcánico de la que se tiene conocimiento en el mundo antiguo y tan solo es comparable con la que provocó la desaparición de Krakatoa, entre Java y Sumatra, en 1883. Sus efectos inmediatos se dejaron sentir incluso en China, la emisión de humo oscureció los cielos de Egipto durante nueve días y en el Egeo causó un maremoto que devastó la civilización minoica en Creta. La circular Strongylé quedó repartida entre las islas que hoy se conocen como Santorini, Therasia y Paleo y Nea Kameni, más algunos islotes solitarios. La actividad vulcanológica ha sido incesante. El historiador romano Dion Casio citó en su Historia Romana la aparición de una nueva isla en el centro de la caldera, era Nea Kameni. En 1956 un seísmo que sobrepaso los siete grados en la escala de Richter causó cuarenta y ocho muertes recordando que aun hay actividad. Hoy continúan humeando las fumarolas que despiden el característico olor de azufre en el cráter.
Las tesis que unen la erupción de Thera con el fin de la Atlántida son, como todas, meramente especulativas. El arqueólogo griego Spyridon Marinatos y el sismólogo Angelos Galanopoulos intentaron vincular durante el siglo pasado los textos de Platón, en que recoge los conocimientos transmitidos a Solón por los sacerdotes egipcios de Sais, con el cataclismo egeo, lo cual supondría que los legendarios atlantes no serían otros que quienes vivieron durante el apogeo de la cultura minoica.
Cerca de Oia, Finikia es un remanso de paz en Santorini, sus calles son como las de Firá u Oia, pero, alejada de los circuitos turísticos, no hay ni tiendas ni nadie deambulando por ellas. Solo alguna residencia y un austero y solitario bar en las afueras que promete música en vivo al anochecer.
Pyrgos es una pintoresca población que está sobre un promontorio casi en el centro geográfico de Santorini. Sus retorcidas calles ascienden entre pasajes cubiertos y escaleras hasta la cima que domina el viejo kastro veneciano junto a la iglesia y un museo de iconos ortodoxos.
En Firá cuando la temperatura empieza a bajar al tiempo que el sol inicia su retiro diario, la gente acude a las terrazas y a los balcones que asoman a la caldera. Tras las siluetas de Nea Kameni y de Therasia el sol prosigue el recorrido en declive hacia el horizonte acompañado de un cambio progresivo en el color de poniente. Los nuevos adoradores del astro rey dirigen sus cámaras y sus teléfonos móviles hacia las últimas luces del día como si se tratase de una postrera plegaria como el poema del griego Nikolaos Calas:
Desde aquí la isla se ve dramáticamente sobre el volcán que la creó
Y sigue su trabajo con la perfección de una encantadora supremacía
© J.L.Nicolas
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