Todo al negro

28.01.2013 11:41
En 1999 frecuentaba a los franceses que vivían en mi barrio. En esos meses de finales de año, se estaba celebrando el campeonato mundial de rugby, deporte al que algunos eran aficionados, incluso uno de ellos había jugado anteriormente. Reinaba un cierto optimismo. El 24 de octubre habían superado los cuartos de final ante Argentina en el estadio de Landsdowne Road, en Dublín.

El 31 se enfrentaban en semifinales a los All Blacks neozelandeses en Twickenham, Londres. Así que, ese día, una vez abastecidos de suficiente cerveza nos reunimos en casa de uno de mis amigos gabachos. Huelga decir de parte de que equipo estaban. Yo, me presenté vestido de negro.

Había seguido, en algunas ocasiones, algún encuentro de los kiwis, y siempre recordaré impresionado alguna de las carreras de Jonah Lomu. Nunca quise imaginarme que se podía sentir intentando detener a aquella bestia de Auckland de metro noventa y seis y ciento veinte quilos cuando cargaba hacia el punto de ensayo a plena carrera. Probablemente pánico.

Pero en ese aciago día Cristophe Lamaison estrenó el marcador para los bleus, y, a pesar de dos espectaculares ensayos de Lomu y de que partían como favoritos los All Blacks sucumbieron por 43 a 31.

El 12 de noviembre, con la derrota aun fresca, aterricé justamente en las antípodas: el aeropuerto de Auckland. Pasé el jet-lag y parte de la noche en un antro llamado Hard Rat’s Cafe, en una terraza a tres o cuatro pisos de altura, donde conocí un grupo de maoríes. Simpatizamos, y tras unas cuantas jugs de cerveza ya estábamos lamentando el resultado de la semifinal. Les debió parecer bien que, entre franceses, me vistiera de negro.

Desaparecido el jet-lag apareció la resaca. Auckland, una de las grandes ciudades más tranquilas y silenciosas del mundo me pareció terriblemente ruidosa. Enfilé Queens hasta Victoria Market y caminé y descaminé media ciudad. Al final del día, cuando ya no podía más desembarqué en un restaurante de verdad en Lorne street. Tony’s. Ante unas ostras del Pacífico y un filet mignon Auckland y la vida me parecieron sensiblemente mejores.

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© J.L.Nicolas

 

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