Un Té cerca del Cielo
Se podría decir que Nuwara Eliya es un lugar atípico en el corazón de Sri Lanka y en el cálido sur de Asia. La razón es que es uno de los pocos lugares de la isla donde se puede adquirir un plumón o un jersey de abrigo y, además, usarlos.
Nuwara Eliya está situada a casi dos mil metros de altitud, concretamente a 1.889. Hace frio. Esa es la explicación. Y esa es también la explicación de que los anglosajones, durante el periodo de sus años coloniales en Ceilán, amaran el enclave en el que recordaban las brumas de los shires del sur, los calabobos escoceses y, en general, las frescas temperaturas de la Gran Bretaña. Ahí construyeron algunas magnificas mansiones victorianas, como la antigua residencia de sir Henry Gregory, uno de los últimos gobernadores ingleses, hoy reconvertida en hotel, además del Hill Club, un campo de golf de dieciocho hoyos, jardines y un parque, el Victoria Park, un criadero de truchas junto al lago Gregory y aún se celebran carreras de caballos en un destartalado hipódromo. A unos veinte quilómetros al sur de la población se extiende una meseta que mantiene unos dos mil metros de altura, es Horton Plains, de ella sobresalen algunas de las cimas más altas del país: el Kirigalpotta, de 2.395 metros y el Totapola, de 2.359. El lugar más conocido de la meseta es llamado World’s End, no es el fin del mundo, pero la meseta acaba abruptamente en un precipicio de setecientos metros.
El mismo clima que atrajo a los europeos también propició el desarrollo del cultivo del té, aunque no fuese originario de la isla. Inicialmente, los colonizadores holandeses estaban más interesados en el comercio de la canela, que enviaban a Europa desde sus posesiones en Indonesia y Ceilán. A principios del siglo XIX, ya bajo dominio británico, el comercio de la canela decayó siendo sustituido progresivamente por el del café. En 1869 un hongo parasitario llamado Hemileia Vastatrix diezmó los cafetales cingaleses.
El cultivo del té, del que un tal James Taylor y otro Henry Randolph Trafford fueron precursores, empezó a tomar el relevo de los enfermos cafetales. Además de la propia planta, los británicos importaron también una económica mano de obra de la India. Miles de mujeres tamiles se incorporaron a la nueva industria cingalesa, básicamente en la ardua labor de la recolección. El francés Robert Chauvelot las describió a principios del siglo XX: “flexibles y armoniosas, por entre los arbustos de un verde oscuro reluciente. Sus manos semejan revolotear sobre las hojas dentadas como sierras, parecidas a mariposas. Vestidas, las unas, de paño pardo, las otras de lienzo azul claro, todas ellas llevan un velo blanco sobre la cabeza y ciñéndoles la frente. Desde lejos se las tomaría por religiosas que estuvieran recogiendo ramos de laurel para el altar de María”.
La escena no ha cambiado en absoluto. Sri Lanka es uno de los pocos países productores de té donde la producción todavía no se ha mecanizado y se continua recogiendo manualmente. Aún son las mujeres tamiles las que dedican su jornada a separar, diariamente, entre quince y veinte quilos de hojas de los arbustos, habitualmente las dos más recientes junto al incipiente nuevo tallo. El te es un arbusto que, si no se corta, puede alcanzar diez metros de altura, generalmente se poda a un metro del suelo, entre otras cosas, facilita notablemente la cosecha.
Una vez recolectadas, las hojas de té se dejan secar disponiéndolas en capas poco espesas sobre bandejas de bambú. Antes de que lo hagan completamente se rompen para dar inicio al proceso de fermentación, el cual se detendrá calentando las hojas para secarlas de nuevo. El producto final se separa y distribuye en función de su calidad. Normalmente se clasifica empleando tres parámetros, el primero es el tamaño del producto final, entre polvo y hoja, dust y leaf, con medidas intermedias llamadas fanning y broken, el té en polvo es el que se emplea para las bolsitas; el segundo toma como referencia la calidad: flowery, pekoe y souchong, y el tercero la altitud de la plantación: low grown para ubicaciones a menos de 600 metros sobre el nivel del mar, mid-grown y high-grown para más de 1200; la altitud de la plantación repercute en el crecimiento del arbusto y por tanto en la calidad de las hojas.
Actualmente el cultivo del té es una de las principales industrias de Sri Lanka, cuarto productor mundial tras China, India y Kenia. Llega a generar una sexta parte del PIB. Doscientas veintiuna mil hectáreas de plantaciones se extienden, básicamente por el centro de la isla, en sus zonas más elevadas, una cifra que representa el 4% de la superficie total del país.
Pero al margen de las frías cifras esta la infusión caliente. Y si recuerdo de algún lugar donde apeteciera tomarla era en los jardines de la antigua mansión del gobernador durante las gélidas tardes de Nuwara Eliya, allí, cerca del cielo.
© J.L.Nicolas